Tenemos que hablar con Leo
Leo, háblanos. Mándanos una señal. Di algo, aunque sea un «pst». El barcelonismo vive desazonado, como cuando tienes que tomar nota y no encuentras un bolígrafo que escriba. El resto, simplemente tenemos curiosidad, por si Messi volviese a ser el de siempre contra el Atlético. En general, a la gente no le gusta pensar que en la vida de una estrella, de vez en cuando, se produce un eclipse, y guarda su instinto asesino en un cajón. En el fondo, una estrella siempre es algo oscuro e indescifrable. Nunca sabes. Mira Ronaldinho. Mira Juan Rulfo. Mira ‘El Indio’ Abdón Porte. Mira Robert Walser. Cada uno se eclipsó a su manera, misteriosamente, hasta caer en la negación. Nada penetra al genio del todo. Su secreto permanece tan custodiado, que si un día declina, aun temporalmente, nos sentimos desasosegados, o enloquecemos, porque carecemos de respuestas. De pronto, no tenemos a qué agarrarnos, sólo a nuestras preguntas. Eso es como tenernos sólo a nosotros mismos. Quién va a confiar en sus propias capacidades. Yo ni siquiera sé para qué lado afloja un tornillo.
Nos lo podíamos esperar de cualquiera, menos de Leo. Nunca había suspendido nada, le dijo mi madre al psicólogo, cuando en tercero de BUP llegué a casa con siete insuficientes de golpe. Pero Messi… No está lesionado, no pasa por una mala racha en el bingo, porque no juega, su matrimonio sigue en pie, el hijo tiene salud. Seguramente ni siquiera ha tocado el hachís, como me ocurrió a mí en el instituto. Entonces, qué. Te planteas si no habría que encerrarlo en una habitación, sentarlo, hacerle hablar, meter la mano en su silencio, hasta el fondo, a ver qué sale. Tal vez habría que llevarlo a un especialista. Acaso todo halle respuesta en el pasado, en la infancia. Incluso, si hacemos caso de Freud, en los órganos genitales. O quizá Leo esté demasiado acostumbrado a las cosas buenas, a marcar goles sin parar, a atesorar títulos, a ser demasiado rico, en fin. Por otra parte, recuerdo aquella ocasión que Sophie Tacker dijo que «he sido rica y he sido pobre, y ser rico es mejor». Pasar necesidades podría no ser la solución a nada.
El entrenador insiste en que el chaval está bien. Naturalmente, tú ves otra cosa. Ves que el chico no desborda, no triangula, no marca, no sonríe. El Tata alegará, probablemente, que tú eres un piltrafa y que no sabes nada. Puede ser. Pero. «Yo no sé nada de música», decía Elvis Presley. Pero, añadía, «en el género que toco no hace falta saberlo». Esta lógica demoledora es la que nos permite a nosotros, pese a no saber nada, sostener que a Messi le ocurre algo. ¿Qué? Cualquiera sabe. La edad. El tiempo. El hastío. La vida. Quién nos asegura que no está leyendo a Rilke por las noches. Tú sólo sabes que no sabes qué le pasa, pero eso que ignoras está siendo su ruina. No hay que saber más. Nunca infravalores la ignorancia, Tata.
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