Michael Jackson, de niña a mujer en Off The Wall
El recuerdo de unos calcetines blancos, de unas puntas que sostenían un débil cuerpo negro cual bailarina en unos ensayos con la salvedad de esa mano que se situaba en la virilidad masculina, el puntual momento en que se nos hacía partícipes de aquel sexo masculino frente a tanta jovialidad femenina. Michael Jackson bailaba, se ponía de puntillas y mientras Quincy Jones practicaba con una delicada marioneta creada por y para el espectáculo. Quincy le hacía bailar, Jacko nos alocaba.
Quincy Jones es uno de esos rara avis sin los que no se podría explicar parte de la música popular actual y menos la música negra, terreno donde es uno de los grandes, no solo tras los mandos como productor y músico sino como rebelde con causa, exigiendo unos derechos durante siglos negados.
El señor que producía a otro señor como Sinatra, el señor que lidiaba con dinosaurios como Ella Fitzgerald y Count Basie, el señor que se convertía en una jukebox de oro con Lesley Gore y compañía, veía cómo en aquellos 70 tocaba sonreír un poco y alegrarse de los logros conseguidos en todas las áreas, sea con el blaxploitation de Body Heat o sea con un joven chaval de pelo afro que te hacía creer no tener caderas.
Off The Wall (1979, Epic) es ese cruce de caminos de tantos genios que previamente habían ido cambiando el Pop negro para que después Michael Jackson siguiese con la tarea en stand-by, al tiempo que daba el salto de sus hermanos, Hal Davis y Berry Gordy en Motown a la música Disco “y es que el alma le estaba cambiando / de niña a mujer“, como le cantaría aquel trovador de larga melena y bragas húmedas.
“Keep On With The Force Don’t Stop / Don’t Stop ‘Til You Get Enough”. Jacko, esa pajarita siempre fue demasiado grande para respirar.
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