Experiencias míticas

Los absurdos Oscars

La primera ceremonia de los Oscars que recuerdo haber visto íntegra fue la de 1987 —esto es, en la que se entregaban los premios al cine de 1986—, ya que hasta ese momento sólo había visto los resúmenes del día siguiente —recuerdo con especial cariño el de 1983, pero ese es otro tema—, puesto que no me interesaban demasiado, tal vez por ignorancia o por no aproximación. Y esa fue la sensación con la que debí quedarme siempre. A lo largo de los años se fueron produciendo en esa fiesta —que nadie se engañe, la mayor fiesta que el cine tendrá nunca—, que según George C. Scott era absolutamente ridícula, una serie de incongruencias que hacían desconfiar del supuesto premio cinematográfico más importante del planeta, falacia donde las haya.

Scott decía que le parecía ridículo reunirse todos los años para demostrar, o premiar, o como se le quiera llamar, al mejor del año, por eso no recogió su Oscar por su interpretación en la sobrevalorada ‘Patton’ (id, Franklin J. Schaffner, 1970) y razón no le faltaba en absoluto, porque para ser justos deberían participar todas las películas estrenadas durante un determinado año en suelo estadounidense, y no reducirlo a un pequeño grupo de elegidas —en realidad, aquellas que han hecho una excelente campaña de promoción, comprando así el favor de los académicos, que no son otros que cualquier cineasta nominado alguna vez en su vida en cualquier modalidad—. En este momento las nominadas a mejor película son diez películas, y en futuros años no estaría nada mal que ese número creciese, aunque sinceramente lo dudo mucho.

Los premios de aquel 1987 llaman la atención por algunas cosas en cierto modo absurdas. Por un lado, mucha gente se sorprendió —algunos se partieron de la risa, lo recuerdo— por la nominación a mejor actriz de Sigourney Weaver por su papel en ‘Aliens, el regreso’ (‘Aliens’, 1986, James Cameron) cuando ni siquiera la habían nominado por la película de Ridley Scott. Personalmente me pareció un paso adelante en la Academia; Weaver está excelente y logró sentar las bases de una tipología en los papeles femeninos de un género muchas veces menospreciado entre los académicos. Pero premiarla ya era demasiado, y pasando por encima de Jane Fonda, Sissy Spacek y Kathkleen Turner, la Academia decide premiar a Marlee Matlin, una sordomuda que hizo de sordomuda en una película de Randa Haines que ya nadie recuerda. Olé.

Más sorprendió el premio al mejor actor principal a Paul Newman, para el que suscribe uno de los mejores actores de la historia, sino el mejor. Lo ganó por su maravillosa interpretación de Eddie Felson en ‘El color del dinero’ (‘The Color of Money, Martin Scorsese, 1986), y sorprendió en primer lugar porque Newman ya había sido nominado por dar vida al personaje en ‘El buscavidas’ (‘The Hustler, Robert Rossen, 1961) sin ganar el premio, y más aún porque en 1986 el actor recibió un Oscar honorífico. Atención al desprecio de Newman a la academia no asistiendo a la gala ninguna de las dos veces, la segunda de las cuales recogió el premio en su nombre Robert Wise, que le dirigió en la mítica ‘Marcado por el odio’ (‘Somebody Up There Likes Me’, 1956). Newman se impuso por encima de Dexter Gordon, nominado por hacer prácticamente de sí mismo, y de Bob Hoskins, William Hurt y James Woods en papeles muy olvidables.

En los apartados técnicos de aquel año se cometió una de las mayores injusticias que los Oscars recuerdan. El mítico Ennio Morricone fue nominado por su espectacular partitura para ‘La misión’ (‘The Mission’, Roland Joffe, 1986) —probablemente la mejor película de las nominadas aquel año—, llevándose el premio Herbie Hancock por su reinterpretación de temas de jazz para la maravillosa ‘Alrededor de la medianoche’ (‘Round Midnight’, Bertrand Tavernier, 1986), para el que suscribe una de las mejores cintas de la década de los 80. El compositor italiano fue ninguneado continuamente por la Academia hasta recibir su Oscar honorífico, que le entregó su amigo Clint Eastwood.

Todo esto, y mucho más —evidentemente hubo premios merecidos, como los de Michael Caine, Woody Allen y Oliver Stone— ocurrió sólo en la ceremonia de 1987, pero podemos hacer el experimento, por llamarlo así, con cualquier ceremonia, nos saldría un post excesivamente largo aunque no niego que probablemente muy entretenido. Viene a demostrar, siempre con un tono de humor, lo absurdo de unos premios que parecen significar tanto pero que en el fondo no representan más que lo que está de moda en cierto momento del cine y pocas veces —quizá alguna más— tienen que ver con la verdadera calidad de las películas. A bote pronto y haciendo un más que rápido repaso me viene a la memoria la doble nominación en 1945 de Barry Fitgerald por ‘Siguiendo mi camino’ (‘Going my Way, Leo McCarey, 1944) a mejor actor principal y mejor actor secundario —sí, por la misma película—, ganándolo en la segunda categoría. Pero hay más.

En 1934 gana a mejor película ‘Cabalgata’ (‘Cavalcade’, Frank Lloyd, 1933) estando nominadas ‘Soy un fugitivo’ (‘I Am a Fugitive from a Chain Gang’, Mervin LeRoy, 1932) y ‘Adiós a las armas’ (‘A Farewell to Arms’, Frank Borzage, 1932). Sin comentarios. En 1941 gana ‘Rebeca’ (‘Rebecca’, Alfred Hitchcock, 1940) que es una obra maestra, de acuerdo, pero ¿no hubiera sido mejor premiar ‘Las uvas de la ira’ (‘The Grapes of Wrath, John Ford, 1940), o ‘El gran dictador’ (‘The Great Dictator’, Charles Chaplin, 1940), o ‘Historias de Filadelfia’ (‘The Philadelphia Story, George Cukor, 1940)? Alfred Hitchcock no se lleva la estatuilla a mejor director que va a parar a John Ford, y es que me resulta absolutamente delirante el hecho de que los premios de mejor película y mejor director no coincidan, algo que ha ocurrido algunas veces aunque afortunadamente no se ha convertido en costumbre.

En 1952 gana el premio gordo ‘Un americano en París’ (‘A American in Paris, Vincente Minnelli, 1951), habiendo películas de la talla de ‘Un tranvía llamado deseo’ (‘A Streetcar Named Desire, Elia Kazan, 1951), ‘La reina de África’ (‘The Africa Queen’, John Huston, 1951) o ‘Brigada 21′ (‘Detective Story’, William Wyler, 1951). En 1964 se lo lleva la insoportable ‘Tom Jones’ (id, Tony Richardson, 1963), al lado de films como ‘Hud’ (id, Martin Ritt, 1963) o ‘Irma la dulce’ (‘Irma la douce’, Billy Wilder, 1963). En la década de los 70 probablemente el caso más escandaloso sea el de la simple ‘Rocky’ (id, John G. Avildsen, 1976), que se impuso a films como ‘Todos los hombres del presidente’ (‘All the President´s Men’, Alan J. Pakula, 1976) o ‘Taxi Driver’ (id, Martin Scorsese, 1976).

Y los ochenta fueron especialmente risibles; que películas como ‘Carros de fuego’ (‘Chariots of Fire’, Hugh Hudson, 1981), ‘Gandhi’ (id, Richard Attenborough, 1982), ‘Rain Man’ (id, Barry Levinson, 1989) o ‘Paseando a Miss Daisy’ (‘Driving Miss Daisy’, Bruce Beresford, 1989) se impusieran a films como ‘En busca del arca perdida’ (‘Raiders of the Lost Ark’, Steven Spielberg, 1981), ‘Atlantic City’ (id, Louis Malle, 1981), ‘E.T. el extraterrestre’ (‘E.T. the extraterrestial’, Steven Spielberg, 1982), ‘Desaparecido’ (‘Missing’, Costa-Gavras, 1982), ‘Las amistades peligrosas’ (‘Dangerous Liaisons’, Stephen Frears, 1988), ‘Arde Mississippi’ (‘Mississippi Burning’, Alan Parker, 1988), ‘El club de los poetas muertos’ (‘Dead Poets Society’, Peter Weir, 1989) o ‘Mi pie izquierdo’ (‘My Left Foot: The Story of Christy Brown’, Jim Sheridan, 1989) es algo que escapa a toda compresión.

Y así podríamos seguir hasta que nos aburramos. No obstante, quiero terminar con una de esas leyendas urbanas que se han creado a raíz de estos premios, concretamente la extendida a raíz del Oscar a mejor actriz secundaria en 1993 para Marisa Tomei por su interpretación en ‘Mi primo Vinny’ (‘My Cousin Vinny’, Jonathan Lynn, 1992). Nadie se lo esperaba, es cierto, y un crítico extendió el falso rumor de que Jack Palance, visiblemente borracho, se había equivocado al leer la tarjeta. Imposible. Desde 1953 existe una norma en la Academia que impida que esto suceda, y es que si por alguna extraña razón el que presenta el premio se equivoca, dos notarios están a pie de escenario para intervenir en caso de error. Jamás ha tenido que hacerse. En realidad, y sin necesidad de entrar en polémicas, yo creo que el premio en sí fue absurdo —cualquiera de las otras actrices nominadas estaba a años luz de Tomei—, aunque legal según las normas. Tan triste anécdota marcó durante mucho tiempo la carrera de la actriz.

Sí, yo aún sigo viendo la ceremonia, cada vez más aburrida, y cada vez con más injusticias en sus premios. En un próximo post hablaremos sobre todos esos genios del séptimo arte que jamás ganaron un Oscar.

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Comentarios

  1. Comentario by Adam West - septiembre 24, 2012 04:18 pm

    Fantástico hilo.Un repaso ágil por la ceremnia más ruidosa y esperada del año(e insatisfactoria en la mayoria de casos).Creo que,parafraseando(y adaptando) a Jackie Cogan,Los Oscars no son unos premios,son un negocio.

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  2. Comentario by Pepe Álvarez de las Asturias - septiembre 24, 2012 04:44 pm

    Buen artículo, Alberto. Un par de ideas para el siguiente post de injusticias oscareñas (aunque supongo que lo tendrás dominadísimo): en actores, Kirk Douglas (por tantas… pero especialmente El gran carnaval, Cautivos del mal y Último tren a Gun Hill); en pelis, por ejemplo, La jauría humana o El hombre que pudo reinar. Ahí lo dejo…

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