Los golpes de Clint Eastwood
Clint Eastwood es un maestro dando hostias. Y también recibiéndolas. Tras crear todo un personaje con su pistolero sin nombre a las órdenes de Sergio Leone, se convirtió en un actor muy taquillero y la primera hostia fue cuando decidió meterse en dos supeproducciones —en una cantaba y en otra era un soldado en busca de un tesoro— que le mantuvieron más ocupado de lo debido y no funcionaron en taquilla como debían. Jamás volvió a repetir ni siquiera cuando Francis Ford Coppola le llamó para que participase en ‘Apocalypse Now’. Eastwood controló todos y cada uno de los aspectos técnicos y artísticos de cada película en la que participó. Y haciendo lo que le da la gana, las devolvió con creces.
En 1970 decide dar vida en un melodrama con tintes fantasmagóricos a un personaje que fallece al final, cosa que no agradó al público y a él le dio igual. No está para hacer absurdas concesiones para contentar a un millón de comedores de palomitas —una frase suya—, sabe de sobra que hay otras formas de ganarse al respetable. ¿O es que acaso películas como ‘Mystic River’ (id, 2003) o ‘Million Dollar Baby’ (id, 2004) tienen concesiones? Ni una sola, son en realidad films atípicos alejados de la fórmula del blockbuster. Pero hicieron taquilla porque sus personajes son tan humanos, tan cercanos, que los amamos. Sus historias nos emocionan y nos desgarran por dentro. Y nos sacamos el sombrero ante el cineasta que habla sin piedad de nosotros, de lo miserables que somos. Son películas dolorosas, hostias de las que no nos recuperamos.
Y lo hace con una falta absoluta de divismo. Sus hostias son sencillas punzadas de realidad, de verdad y su cine siempre ha estado lleno de ellas. En uno de sus grandes fracasos taquilleros, y para mí su mejor película como director, ‘El aventurero de medianoche’ (‘Honkytonk Man’, 1982), ya marcaba lo que sería su estilo en muchos de sus films, que el tramo final de los mismos sería un puñetazo a la cara del espectador. Eastwood se pone delante del micro al lado del mismísimo Marty Robbins, y llegado el momento, no sólo deja que Robbins se lo coma cantando, sino que queda en un segundo plano, con su personaje derrotado y vencido por la puta vida, haciendo lo que mejor sabe hacer, aguantar el plano con la templanza de un Henry Fonda o Robert Mitchum. Mientras su rostro ensombrecido evoca todos los pecados que cometió se nos crea un nudo en la garganta.
En su laureada ‘Los puentes de Madison’ (‘The Bridges of Madison County’, 1995), donde consigue la mejor interpretación de Meryl Streep con la que tiene un feeling asombroso, hizo llorar a medio planeta que se sorprendió de ver el lado romántico del actor/director, pero la verdad es que no era nada nuevo para él. Ya lo había tratado en ‘Primavera de otoño’ (‘Breezy’, 1973), una nada complaciente historia de amor entre un hombre maduro y una chica de 19 años, otra de sus hostias taquilleras, una historia a contracorriente, como casi siempre ha hecho. ¿Acaso ‘Sin perdón’ (‘Unforgiven’, 1992) no es una historia de amor en sus cimientos? Seis décadas sobreviviendo en el difícil mundo del cine repartiendo hostias a diestro y siniestro, pasando de modas y creando otras —‘Harry el sucio’ (‘Dirty harry’, Don Siegel, 1971) es la madre de todas las películas de acción posteriores—, no es algo de lo que todos puedan presumir.
Dicen que ahora se meterá de lleno en el musical con dos películas, una de ellas un nuevo remake del clásico ‘Ha nacido una estrella’ (‘A Star is Born’, William A. Wellman, 1937) que le conectará con su influencia más añeja, la de Wellman, con un personaje masculino maravilloso y que entra de lleno en el universo de Eastwood. Otro de esos inolvidables perdedores, desencajados de una vida que ya no les trata bien. Y será otra hostia a modas de consumo rápido, sin importar las consecuencias, con mayor o menor aceptación pero con la coherencia de un cineasta que sabe que el arte es el único lenguaje del alma humana si es que esta existe. Sin compasión. Sin piedad. Sin condescendencia. A hostias. Como la vida misma.
Feliz cumpleaños, maestro. Y gracias.
En 1001 Experiencias | Siempre quise ser un vampiro
En 1001 experiencias | Eastwood, por encima del bien y del mal
COMENTARIOS
1