La Liga de Valdano, Amavisca y Zamorano
El madridismo estaba harto. Cuatro años de férreo dominio de su rival directo era demasiado para una afición acostumbrada al éxito. Cuatro años en los que solamente una Copa del Rey había paliado la sed de un público habitualmente saciado, mientras el Barça ganaba una Liga tras otra y levantaba su primera Copa de Europa. Las estrellas fichadas a bombo y platillo (con Prosinecki y Hagi a la cabeza) no habían ofrecido los resultados esperados y la otrora deslumbrante Quinta del Buitre se iba diluyendo sin que surgiera un relevo convincente. La situación empezaba a ser desesperada.
“Espero devolver al Madrid lo que le he quitado”
Tampoco había funcionado ninguno de los entrenadores que se habían sentado en el banquillo blanco en los últimos años. Ni Di Stefano, sustituto de urgencia del galés Toshack, ni Antic, despedido por no dar espectáculo cuando el equipo iba líder, ni Benito Floro, ni Beenhakher en su segunda etapa habían conseguido enderezar la nave blanca. Así que Ramón Mendoza, en una decisión no se sabe si desesperada, audaz o temeraria echó mano del hombre que había sido verdugo del Madrid durante los últimos años, el entrenador que dirigiendo al Tenerife había arrebatado a los blancos dos Ligas en la última jornada, el que pocos meses antes, al eliminar al Madrid de la Copa había pronunciado aquello de “espero devolver algún día al Madrid lo que le he quitado”. Mendoza recurrió a Jorge Valdano, delantero madridista durante los gloriosos años de la Quinta del Buitre, joven entrenador de moda desde que aterrizara junto a su segundo Ángel Cappa a Tenerife y enemigo íntimo habitual del Madrid durante los primeros años noventa. Devolver al Madrid lo que le había quitado. Ese era el reto para la temporada 1994/95.
Amavisca y Zamorano, la inesperada sociedad perfecta
Los dos grandes fichajes madridistas para la temporada 1994/95 fueron Fernando Redondo y Michael Laudrup. Al argentino, que se había dado a conocer de la mano de Valdano en el Tenerife, le había llegado el momento de dar el salto a un grande. El danés, por su parte, llegó procedente del Barça, molesto porque cada vez entraba menos en los planes de Johan Cruyff. Presenciar la final de Copa de Europa contra el Milan desde la grada fue la gota que colmó el vaso y terminó decidiendo al jugador a cambiar de aires. También llegaron Quique Flores, para cubrir una banda derecha huérfana desde el declive de Chendo; Santiago Cañizares, con el objetivo de pelear la titularidad a Paco Buyo; y el joven extremo José Emilio Amavisca, campeón olímpico en 1992, con el que Valdano no contaba en un principio y al que se buscaba salida. Algo similar ocurría con Zamorano.
Iván Zamorano había llegado al Madrid en 1992 procedente del Sevilla y, tras una buena primera campaña, con 26 goles en Liga, decepcionó en su segundo curso. Por ello, y porque el juego tosco del chileno seguramente no era lo que Valdano buscaba, el técnico argentino no contaba con él, y así se lo hizo saber en pretemporada. A pesar de todo, tanto Zamorano como Amavisca se empeñaron en quedarse en el Madrid, obviando ofertas. Una decisión que se reveló más que acertada. Con 38 goles entre los dos, Zamorano y Amavisca se convirtieron en la delantera del campeonato.
El ocaso de un mito…
“No puedo luchar contra un mito”. Esas fueron las palabras de Miguel Pardeza cuando se fue al Real Zaragoza, cansado de no encontrar hueco en el Madrid. El mito era Emilio Butragueño, el ídolo del Bernabéu desde su debut en febrero de 1984. Cuando Valdano llegó al banquillo madridista, Butragueño había entrado ya en la inevitable cuesta abajo. El argentino, tantas veces compañero del madrileño en la delantera no muchos años atrás, fue el que acabó sentándolo en el banquillo. En aquella temporada 1994/95 Butragueño solo jugó 8 partidos. Al año siguiente partió hacia México, para terminar su carrera en el Atlético Celaya.
…Y el nacimiento de otro
En otoño de 1994 existía el rumor de que un chaval de 17 años se estaba hinchando a meter goles en el Real Madrid C. Algo así no podía pasar desapercibido para Valdano y Cappa. Raúl González Blanco, que ese era el nombre del muchacho, pasó en dos semanas de jugar en Segunda B a ser incluído en la convocatoria del primer equipo para jugar contra el Zaragoza el 29 de octubre. Con Butragueño en el banquillo, Raúl fue titular en La Romareda. Lo que entonces pudo parecer un suceso coyuntural sin más importancia con el tiempo se aprecia como la escenificación de un relevo inevitable. Raúl se convirtió en el debutante más joven en la historia del Madrid y, aunque aquella noche estuvo negado de cara al gol, hizo un partido extraordinario. Una semana después marcó en el Bernabéu en la victoria ante el Atlético de Madrid. Alternando titularidad con suplencia, Raúl vivió con el primer equipo el resto de aquella temporada. Y otras muchas.
Sed de venganza
El Madrid llevaba varios años soportando la primacía del Barcelona, pero el 5-0 recibido la temporada anterior en el Camp Nou había escocido especialmente. Un año y un día después de aquella humillación, el 7 de enero de 1995, el Barça visitaba el Bernabéu. La situación había cambiado: los blancos eran líderes y maravillaban con su fútbol asociativo, mientras los culés llegaban cuartos en la tabla, inmersos en un mar de dudas. El Bernabéu clamaba venganza y su equipo respondió. A los 39 minutos, Zamorano ya había logrado un hat-trick. En el segundo tiempo, Luis Enrique y Amavisca redondearon el 5-0. Objetivo cumplido. El Madrid había doblegado al Barça de Cruyff y lo había hecho con similares armas a las usadas durante un lustro por su adversario, utilizando un fútbol rápido y vistoso a la par que eficaz.
¡Campeones!
Con el Barcelona tocado por la goleada sufrida en el Bernabéu y la eliminación en cuartos de final de la Champions contra el Paris Saint-Germain, el Deportivo de Arsenio Iglesias se convirtió en el rival directo del Madrid en la lucha por la Liga. Los gallegos, que la temporada anterior habían perdido el campeonato en el último minuto, con el aciago penalti de Djukic, buscaban resarcirse. A falta de 3 jornadas se enfrentaron Madrid y Dépor en el Bernabéu. A los blancos les bastaba el empate para proclamarse campeones. Por contra, una victoria de los deportivistas podría suponer que el nerviosismo cundiera en las filas blancas y los recientes fantasmas de Tenerife hicieran acto de aparición.
Un tempranero gol de Amavisca fue contrarrestado por Bebeto mediado el segundo tiempo. Los fantasmas asomaban tímidamente la cabeza cuando, a falta de cinco minutos para el final, Zamorano se adentró en el área y le pegó al balón con el alma para batir a Liaño. La celebración del chileno con el torso descubierto y la camiseta al viento es historia viva del madridismo. Cinco años después, por fin, la Liga era blanca.
La temporada del Madrid se adivinaba como el comienzo de una era triunfal, pero al año siguiente las cosas no salieron como se podía esperar. Los fichajes -Esnáider, Freddy Rincón y Miquel Soler- llamados a apuntalar el equipo no respondieron y, aunque Valdano trató de repetir la operación de Raúl tirando de cantera (Guti, Alvaro Benito y Gómez subieron al primer equipo), el equipo no despegó y el argentino fue destituido en enero tras una derrota en el Bernabéu contra el Rayo, cuando el equipo era octavo, a 16 puntos del líder Atlético de Madrid. Era el fin de un proyecto breve pero intenso. Fue bonito mientras duró.
Fotos: emol.com | elmundo.es
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