La evolución del concepto de héroe: del Cid Campeador a Philip Marlowe
El arquetipo de hombre ideal y el concepto de héroe (entendido como protagonista de obras artísticas) ha cambiado de forma radical en el transcurso del último milenio. Desde los héroes pretendida y estrictamente justos, rectos y que lo sacrificaban todo por su Dios, su Rey y su país, hasta personas anónimas, con disparidad de valores, condiciones económicas y justificación para sus actos, la sociedad occidental ha visto cómo la relación existente entre el concepto de héroe y su reflejo en la construcción del modelo a seguir se ha acabado invirtiendo.
Ejemplos paradigmáticos de esto que os cuento pueden ser la figura de Rodrigo Díaz de Vivar a.k.a. El Cid Campeador y Philip Marlowe, personajes ambos que encajan en lo que actualmente entendemos como héroe, pero los cuales reflejan dos posiciones contrapuestas que responden a esta relación que os estoy esbozando. No nos entretengamos más, analicemos a cada uno de ellos y qué papel juegan en esta historia.
El héroe clásico: el Cid Campeador
Recogiendo la influencia de la literatura clásica de autores griegos y romanos en la Edad Media, el concepto de héroe (siempre entendido como el protagonista de una obra literaria) seguía muy ligado a la noción de divinidad, aunque en este caso la misma no se basaba en una cuestión meramente dinástica (o biológica) sino que tal condición tenía su origen en la posesión y ejercicio de valores como el valor o el coraje, los cuales marcaban las acciones del protagonista y que, socialmente, eran atribuidos a la figura del dios en cuestión. Aparte de esto, la fidelidad al Rey, y por consiguiente a Dios (ya que el rey era su representante en la tierra), llevaban al protagonista a luchar para defender no solo su figura, sino también su honor plantando cara no solamente a los enemigos del reino, sino también a los enemigos del dios en cuyo nombre el rey reinaba.
Así fue como se erigió la figura de Rodrigo Díaz de Vivar en el Poema de Mío Cid (primer Cantar de Gesta del que se tiene constancia material) como el primer héroe y uno de los más importantes de la literatura en nuestro idioma, al cual se destacó no sólo por su valentía y coraje (aparte de que sus heroicidades le sirvieron para redimirse tras su destierro), sino porque fue el brazo ejecutor del Rey a la hora de plantar cara al enemigo musulman, enemigo no sólo de la corona sino también de Dios (huelga decir que desde la España cristiana se retocó lo necesario la historia para dotarla aún de mayor carácter ‘evangelizador’). Su figura no solo marcó el camino de multitud de héroes que con posterioridad acabarían apareciendo, sino que cumplió la función de transmitir valores que, socialmente, se acabaría entendiendo que debería poseer ‘cualquier hombre de bien‘.
La importancia de la figura del Cid trascendió lo meramente literario, ya que su impronta no se erigió solamente como instrumento de entretenimiento o de transimisión de un castellano que comenzaba a extenderse al mismo ritmo que avanzaba la reconquista, sino que su papel como referente, aupado por una élite eclesiástica que escribía para una élite aristrocrática con el fin de defender los valores en los que la existencia de la propia élite se apoyaba, jugó un papel fundamental a la hora de configurar el concepto de hombre en ese periodo, utilizándose el mismo como medio de transmisión de la fe religiosa, la defensa de la corona y de cuestiones más mundanas como el patriarcado, basado en la honorabilidad del hombre y su papel en la defensa de la familia como núcleo fundamental de la sociedad.
Esta relación entre la élite que escribía y la élite que se alimentaba con sus obras, se vería truncada bastantes siglos después, y resultado de ello sería el cambio radical en el concepto de héroe del cual Philip Marlowe es un ejemplo paradigmático.
El héroe actual: Philip Marlowe
El cambio llega provocado por las revueltas obreras iniciadas en el siglo XIX reclamando no ya sólo una mejora en las condiciones laborales en sus puestos de trabajo (horarios, salarios, seguridad en la fábrica), sino un empoderamiento de la clase obrera a nivel general. Este acceso al poder, o al menos matización de la pertenencia de la élite política a la élite económica y aristocrátoca, el cual acabó llegando a pesar de la oposición de los tenedores del poder gracias a la proliferación de sistemas democráticos en el mundo occidental, supuso un posterior acceso de esta incipiente clase media a la producción cultural y una alteración del concepto de élite artística, el cual acabó reflejando de forma fehaciente este cambio social materializado en una inversión de la relación entre la élite creadora y el consumidor cultural.
Así, mientras que en los inicios de la industria cultural el producto estaba destinado a la transmisión de valores encaminados al mantenimiento de las élites y a una evangelización del público, la democratización en el acceso de la cultura hizo que no sólo el producto tuviese que adaptarse a un público cada vez más masivo, dispar y menos dispuesto a dejarse influenciar, sino que el propio público acabó teniendo acceso a la producción cultural, lo cual, como hemos dicho antes, acabaría generando un cambio radical en el concepto de héroe y su influencia.
Consecuencia de todos estos cambios fue el auge de la novela negra en el periodo de entreguerras en el siglo XX, género literario en el que el héroe ya no era un ser intachable desde un punto de vista moral, sino que su escala de valores se definía por el color gris como reflejo de la propia personalidad del autor y, sobre todo, del público objetivo. De ahí en adelante el concepto de héroe se vería alterado de forma radical, siendo Philip Marlowe (entre otros) el nuevo paradigma del héroe moderno, del que se destacan más sus actos que sus motivaciones, más sus objetivos que sus formas para alcanzarlos.
Así fue como personajes pendencieros, autodestructivos con adicciones a la bebida y otras sustancias, asiduos a locales de mala muerte en los que se servía alcohol de mala calidad y bailaban mujeres de baja alcurnia, con problemas para socializar o para cuestiones tan necesarias como conciliar el sueño sin tener que caer en manos de Braco, se acabarían convirtiendo en héroes que luchaban contra un enemigo que se encontraba enquistado en lo más sensible de la sociedad, tejiendo redes de clientelismo y servidumbre que los enriquecían y tapaban unos crímenes no cometidos por necesidad sino por bajas pasiones como la avaricia o la envidia.
Philip Marlowe sería un referente para multitud de personajes que aparecerían posteriormente, marcados por la esencia del antihéroe pero con motivación por luchar en pos de la justicia, su justicia y la de los más débiles, recurriendo a medios no siempre justos pero siempre con intenciones tan justas como sobrevivir y hacer sobrevivir a los demás, redimiendo así sus propios crímenes y haciendo pagar a los demás por los suyos.
Y esto convirtió a la relación existente entre autor y público en una cuestión bilateral basada en la retroalimentación y jugando el público un papel fundamental en la configuración de las obras literarias por la influencia de sus gustos artísticos y, sobre todo, por la búsqueda del autor de que el público objetivo se viese reflejado en las vivencias del héroe, siendo esto mucho más posible gracias a la configuración del mismo como persona alejada de todo carácter de divinidad.
Nota del editor: he obviado al primer antihéroe de nuestra literatura, El Quijote, porque, a pesar de su vital importancia, no marca una tendencia perdurable en el tiempo.
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