Hace relativamente poco tiempo que Rush llegó a los cines de todo el mundo. En su cartel ya se podía intuir qué clase de película íbamos a presenciar. Como en las historias de la literatura antigua, el cine masificado de Hollywood precisa personajes sencillos fácilmente identificables, predecibles en muchos casos. En otras palabras, el espectador será capaz de identificar al malo y al bueno en la primera escena y así se comportarán durante el resto del film. Así, de paso, pueden darse el placer de dejarnos con la boca abierta con un sencillo giro de acontecimientos. En Rush, la historia de Niki Lauda y James Hunt, las personalidades de ambos pilotos se llevan a los extremos para enfrentarlos como héroe y villano. El problema es que ni uno era tan héroe, ni el otro tan villano.

La representación de James Hunt en la película es una caricatura exacta del personaje real. Uno puede llegar a pensar que el alcoholismo, la adicción al tabaco y los continuos affairs del piloto británico han sido exagerados para encajar en los intereses comerciales de la película, pero no es así. James fue, quizás, el último piloto de una dinastía de rebeldes sin causa — aunque Kimi nos deleita de allá para cuando.

Niki Lauda pilotando su Ferrar en 1976

Haciendo uso de una posición tan ventajosa como la de ser piloto de Formula 1 en una época en la que los cigarrillos y alcohol estaban tan de moda, se centraban en vivir sus días como si fueran el último. James es todo lo que vemos en la película, un tipo capaz de presentarse ante sus patrocinadores en chandal. Alguien tan atractivo tendría que ser bien explotado en la película de Ron Howard, no se podían permitir no convertirle en un héroe con una pequeña licencia peliculera tomada en la escena de la rueda de prensa de Niki Lauda tras su accidente en Nürburgring. Al final de la misma un periodista pregunta al piloto vienés si podrá salvar su matrimonio con su aspecto actual… Hunt, tras acabar la rueda de prensa, agarra al periodista y le propina una paliza rompiéndole los dientes con su grabadora.

Esto, aunque alegra y levanta del asiento al espectador que simpatiza con la situación de Lauda, no ocurrió. Aunque encaja perfectamente en la actitud y comportamiento de Hunt. Es más bien una alteración de lo que podría haber ocurrido cuando, en la conferencia de prensa real, uno de los asistentes preguntó a Niki si había pensado en algún tipo de cirugía estética, a lo que respondió con un cabreo notable: “No, no habrá cirugía. Si a la gente no le gusta mi aspecto, no tienen por qué mirarme”

Por otra parte, Niki Lauda, aunque metódico y estratega, también disfrutó de su etapa como piloto de Formula 1. En recientes entrevistas no dudó en señalar que si bien no bebía antes de una carrera, jamás se le ocurriría irse a casa a dormir tras ganarla. Una vez más, la historia se adapta al guión de una película de héroes y villanos. De hecho, tras el accidente, uno puede llegar a pensar que así fue cómo nació el Doctor Octopus o cualquier enemigo de Spiderman.

El desgraciado incedente en Nürburgring de 1976 sí ocurrió, tal y como vimos hace unas semanas cuando hablábamos del Infierno Verde (aunque en la película le cambian el apodo). Las terribles heridas que sufrió Lauda fueron igualmente reales, tanto que su mujer Marlene se desmayó la primera vez que pude verle. La vuelta de Niki Lauda a los circuitos con un cuarto puesto sólo seis semanas después fue un acto heroico que ningún guión podría haber escrito.

James Hunt llegó al final de su camino con 45 años, cuando sufrió un infarto en su domicilio tras una vida aprovechada al máximo. Niki, por su parte, pasó por muchos más éxitos volviendo a ser campeón del mundo en 1977 y 1984 y vive hoy en una mansión de 2.400 m2 a las afueras de Viena. La historia protagonizada por Niki y James sobrepasa la imaginación de cualquier director, pero bien merecía una representación tan impactante y espectacular como la que ha dirigido Ron Howard.

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