James Franco, el hombre que no quiere dormir
No sabe cuántos cafés bebe al día. Uno, dos, tres, catorce. Ni cuántas horas puede pasarse trabajando. ¿20? ¿22? En lo que sea. Dónde sea. Cuándo sea. Puede que James Franco haya dado con el truco perfecto. O bien sabe estirar el tiempo como si fuera un chicle o, en realidad, tiene un ejército de dobles, de triples casi, a los que pone a currar mientras él se pega la vida padre. Eso explicaría porque ahora mismo tenemos a dos Francos en los cines. Uno macarra, estafador y aprendiz de mago –el de ‘Oz: Un mundo de fantasía’, su cuarta película con Sam Raimi– y otro más directo, con principios y rastas imposibles, el de ‘Spring Breakers’, la película de esta Semana Santa y uno de los títulos del año. De siempre.
Mientras otros actores de su quinta piensan que es hora de echar un paso atrás para no hacerse demasiado pesados, James Franco opta por una vía más Cortés. Quema cualquier nave o vía de escape. Él lo hace todo. Siempre. Actor, productor, director, guionista, productor, estudiante, doctorado, profesor, poeta, rapsoda, novelista, modelo, pintor, videoartista… Vaya, que es un culo de mal asiento. No hay manera de que pare, de que descanse, de que se quede sin hacer nada. Dormir es una derrota personal, dice. Lucho para no caer, para poder aguantar media hora más, una hora más. Y si no se puede, pues se duerme entre tomas en el set. O en el mismo rodaje, aunque tengas a Mila Kunis al lado o a un puñado de ex niñas Disney a punto de ingresar la nómina de princesas rotas gracias a Harmony Korine, un tipo que de esto sabe lo suyo.
Pues yo le entiendo. De verdad. Supongo que es algo normal cuando uno ha mirado a los ojos de la Muerte –‘Spider-Man 3’, claro– y ha sobrevivido para contarlo. Nada de plantar un hijo, escribir un árbol y tener un libro. Quita. Más aún si ese golpe de suerte se repite y burlas a la de la guadaña otra vez –presentar los Oscars, claro–. Entonces ya no queda otra. James Franco está en plena misión divina, como los Blues Brothers, y crea y deja testimonio de todo para salvarnos de nuestra mediocridad. O de la de Justin Bieber.
Es verdad, me habéis pillado. Lo que hacía en este vídeo James Franco era jugársela al ex de una colega. Eso es muy loable. Más si tu compañera de juego es Ashley Benson y la peluca negra es para parecerse a Selena Gomez. Choni, sí. Pero loable. Porque Franco no le hace ascos a nada y si tiene que ponerse detrás de las cámaras para recrear el metraje perdido –perdidamente gay y explosivo para la época, claro– de ‘A la caza’ (William Friedkin, 1980), se hace. ¿Un documental sobre el BSM? Se hace. ¿Una exposición de pintura en Berlín? Se hace. ¿Un videoclip para REM con Lindsay Lohan? Se hace y se consigue que todo el mundo crea que es eso, un videoclip, cuando tiene más de cine ensayo a lo Roeg que otra cosa. Qué tipo este Franco.
Me diréis que es un freak de cuidado. Y yo os daré la razón. Por eso Judd Apatow, que de bichos raros o extraordinarios sabe un rato –os aviso que cuanto más me critiquéis a Lena Dunham, más me gustará– le dio su primer gran papel. Fue en una serie de TV, ‘Freaks and Geeks’. Y fue un fracaso, como debe ser. 18 capítulos en los que, a modo de profecía cachonda y ochentera, anticipó el futuro. Primero, el de la comedia USA. Franco coincidió en la serie con nombres que, 20 años después y de una u otra forma, son primeras espadas del género: Seth Rogen, Jason Segal, John Francis Daley, Samm Levine, Martin Starr, Lizzy Caplan –¡Lizzy!– o Rashida Jones –¡Rashida! La hija de Quincy y Peggy Lipton, la Norma del Café de la Doble RR de ‘Twin Peaks’… ¡Matadme!–.
La segunda profecía era más clara: estamos todos condenados a irnos a la mierda. El mundo se terminará más pronto que tarde si no cambian las cosas o las fechas de las distribuidoras el próximo 14 de junio en Estados Unidos, en agosto o septiembre en España–, pero con James Franco y su troupe, acabará entre risas. Que no nos coja durmiendo.
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