George Best, la leyenda del quinto Beatle
El apelativo “quinto Beatle” ha sido asociado a diferentes nombres a lo largo de la historia. La mayoría de ellos fueron hombres que rodearon a la banda de Liverpool durante sus años de apogeo. Gente que contribuyó, de una u otra forma, a cimentar la leyenda de John, Paul, George y Ringo. Pete Best, batería original de la banda antes de la llegada de Ringo Starr, ha sido identificado con asiduidad con la etiqueta, así como Brian Epstein, manager de los Fab Four, y George Martin, productor de la mayoría de su obra. Más extraño es lo de George Best, el genial y polémico futbolista del Manchester United, que no tuvo nada que ver con la obra del cuarteto de Liverpool, más allá de compartir casualmente apellido con el batería original y de la coincidencia temporal del apogeo de ambos, grupo y futbolista.
Se suele pensar que la identificación de Best como quinto Beatle tiene su origen en su afición por el alcohol, las noches de juerga y los coches caros, en su estilo de vida no muy lejano del de una estrella del pop. Quizás en alguna juerga compartida. Sin embargo, el germen de la leyenda no nació tras una noche de farra en las islas británicas, sino que tuvo su origen una tarde de marzo en Lisboa.
El descubrimiento del genio
“Creo que he encontrado a un genio”. Ese fue el telegrama que Bob Bishop, ojeador del Manchester United, envió desde Belfast al técnico Matt Bubsy. El genio tenía entonces sólo 15 años. El joven Best se trasladó a Manchester y debutó en Primera División en 1963, con sólo 17 años. Era aquel un Manchester United en horas bajas, herido y afligido tras la tragedia de Múnich de 1958, donde medio equipo perdió la vida en un accidente de aviación. Best lideró la recuperación del equipo, formando una sociedad mágica con Denis Law y Bobby Charlton, denominada la Holy Trinity, que devolvió al United a lo más alto
Poseedor de un regate eléctrico, una excelsa conducción de balón y un gran golpeo de balón con ambas piernas, George Best tenía una clase única. Su habilidad era prodigiosa, pero su potencia también. No rehuía el choque cuando era preciso y era un gran rematador de cabeza. Con un talento imposible de constreñir, Best se movía por todo el frente de ataque. En una época donde el número que se lucía en la espalda era reflejo exacto de la posición en el campo, él portó varios números. Se le suele identificar con el 7 (extremo derecho), pero no es difícil encontrar vídeos donde lleva el 8 (interior derecho), el 10 (interior izquierdo), el 11 (extremo izquierdo), y hasta el 9 (delantero centro), lo cual muestra su versatilidad.
La leyenda nació en Lisboa
En 1966 Best ya estaba instalado en el primer equipo del Manchester United, con apenas 19 años. El 9 de marzo el United viajó hasta Lisboa para jugar el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa de Europa. En la ida los ingleses habían vencido en Old Trafford por 3-2. El Benfica, que había jugado cuatro de las últimas cinco finales y tenía a Eusebio como estrella, era claro favorito. A los seis minutos de partido, Best cabeceó a las mallas un balón colgado al área. Siete minutos después, el de Belfast se coló en el área y cruzó la pelota ante la salida del portero. Ese fue el arranque de un partido mayúsculo del norirlandés, que lideró a su equipo a una victoria épica por 1-5.
‘O quinto Beatle’. Así fue como denominó al día siguiente la prensa portuguesa a George Best. Los lusos quedaron prendados de ese futbolista de melena y patillas con pinta de rock star que hacía auténticas diabluras con la pelota cosida al pie. La leyenda del quinto Beatle acababa de nacer.
Una Copa de Europa para cerrar el círculo
La fascinación que existía por el juego de Best sólo era comparable a la que despertaba fuera del césped. Los rumores de su vida disipada crecían mientras él iba soltando en la prensa frases ingeniosas que alimentaban la leyenda. Con el balón en los pies o con una miss de la cintura, las cámaras lo amaban y él se dejaba querer. La gente lo adoraba y él se dejaba agasajar. Su vida se convirtió en una montaña rusa de goles, chicas guapas, coches rápidos y vasos vacíos.
1968 fue el gran año de Best. El Manchester United, con su mediática estrella al frente, ganó la Copa de Europa, venciendo en la final al Benfica con un gol de Best nada más comenzar la prórroga. Contra el Benfica había nacido el mito del quinto Beatle y contra el club portugués se producía la definitiva consagración, cerrando de alguna manera el círculo. Pocos meses después era galardonado con el Balón de Oro. Tenía 23 años y era el mejor jugador del mundo.
El lento declive
El problema es que lo que debía haber sido el principio de una época triunfal se convirtió en el punto de inflexión de su trayectoria. A partir de ganar el Balón de Oro, su carrera sufrió un progresivo declive. Best se había convertido en toda una celebridad, pero cada vez era más noticia por sus correrías extrafutbolísticas y menos por su labor en el césped. En 1974 dejó el fútbol. Tenía solamente 27 años, pero estaba cansado y aburrido. El juego ya no le ilusionaba.
Volvió a calzarse las botas, pero ya nunca al más alto nivel. Se fue a Estados Unidos, donde se intentaba levantar una potente liga de soccer a golpe de celebridades como Pelé, Beckenbauer o el propio Best, y regresó para jugar para el Fulham en la Segunda División inglesa.
Es un ejercicio tan inevitable como inútil elucubrar con lo que pudo haber sido y no fue. Nunca sabremos qué habría pasado con Garrincha de no haber sido por su afición al alcohol, hasta dónde habría llegado un Mágico González aplicado y ambicioso o qué lugar ocuparía Ronaldo Nazario si las lesiones no se hubieran empeñado en cruzarse en su camino. Del mismo modo, jamás sabremos qué habría sido de George Best de no haber sido por las fiestas, las mujeres y el alcohol, de no haber apurado sus días a ritmo de estrella del rock. Quizás de haber sido una persona más aburrida, esa grisura también se hubiera transmitido su juego. “Si yo hubiera nacido feo, nunca habríais oído hablar de Pelé”, dijo en una ocasión. Quién sabe.
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