Experiencias míticas

El sutil toque

Baggio

Tengo buena memoria para olvidar, pero aún así, algunos días todavía me acuerdo de Mariano Utrera. Fue el primer chaval del pueblo que se dejó coleta. Le salía de la nuca, y se ensortijaba como una lagartina. Hoy puede parecer ridícula, pero en la infancia, el liderazgo dependía de cosas ridículas, como una coleta, o unas botas de tacos de aluminio, o un bocata de chocolate. Mi padre nunca me permitió dejármela crecer, en una variante de castración freudiana. Ni siquiera me dijo que no. Sólo sonreía fríamente, como en el cine negro. Mariano y yo fuimos uña y carne, inseparables, hasta que cumplimos doce años y nos hicimos adultos. Su padre era sargento de la Guardia Civil y de pronto, un día, lo trasladaron de comandancia. Yo estaba de vacaciones cuando se fueron. Sólo lo supe al regresar. Me quedé hundido en la miseria, como cuando se muere tu perro. Había desaparecido toda la familia sin dejar rastro, incluidas las dos gallinas que andaban todo el día sueltas alrededor del cuartel.

En mi memoria, Mariano Utrera era el futbolista del sutil toque. Cada chut era un suave amanecer. Disparaba con mira telescópica, y te mataba donde le dijeses, dulcemente, sin sufrir. ¿En el corazón? En el corazón. ¿En el ojo derecho? En el ojo derecho. ¿En un cojón? Te preguntaba en cual, y ahí ponía el balón. En su mundo, el fútbol se aproximaba más a los bolos o a los dardos, incluso al tiro con carabina, que a un juego combinativo en el que el disparo a puerta iba precedido de largas conversaciones entre defensas, centrocampistas y delanteros, que antes de culminar la jugada, tenían que seguir hablando con la línea de medio campo, con el agravante de que a menudo sólo se hablaba de pamplinas. Mariano era de pocas palabras. Era más de disparar sin diálogo. Sólo levantaba la cabeza, fijaba un punto en el espacio para la bala, y ya no tenía sentido que el portero se estirase. En el adoquín donde jugábamos los estiramientos no tenían suficiente sentido. Ni siquiera la muerte. Jugábamos para la eternidad, hasta que te cansabas, o el dueño del balón se iba, alegando que tenía ganas de un bocata de Nocilla.

BeckhamLa pasión de Mariano Utrera por el toque exquisito, a medio camino de la cirugía, pero con balón, requería un pertinaz entrenamiento. Eso desembocó en otra oscura pasión: romper macetas. Su sutil toque destrozó una generación completa de geranios en el pueblo. Yo sólo llegué a romper la vidriera de la iglesia durante un funeral. Fue muy triste. No por el muerto, o los familiares, o la vidriera en sí, sino porque la destrocé por carecer de un fino chut, sin pretenderlo. Yo sólo deseaba que el muro de la sacristía me devolviera el balón, como un frontón. Pero todo se confundió y el balonazo se metió en la iglesia.

Aquel sutil golpeo de Mariano todavía me visita en sueños. El futbol de la infancia siempre vuelve. En realidad, siempre está ahí. Nunca se fue. Tal vez se fueron Mariano, y sus padres, y las gallinas, pero se quedó su perspicaz y refinado toque, como si fuese eso que sobrevive a tu propia muerte. Hay un momento, cuando eres un adulto decadente, en el que algunos días se abre la puerta y deja que entre la infancia, que es ese sitio en el que juegas al fútbol con zapatos y pantalones vaqueros, y en tus mejores días destrozas una ventana, una planta, una puerta. Algo. Aunque sean tus pantalones.

En 1001 Experiencias | He venido a matarte en un córner
En 1001 Experiencias | Muerte en el banquillo del Bernabéu

Comentarios

  1. Comentario by Tony - noviembre 06, 2013 02:19 pm

    Menudo gran jugador

    Responder