El autogol fatal de Andrés Escobar
Corría el minuto 35 en el Estadio Rose Bowl de Los Ángeles cuando el centrocampista estadounidense John Harkes sacó un centro desde la izquierda, buscando en el punto de penalti la carrera de su compañero Earnie Stewart, que trataba de buscarle la espalda a Andrés Escobar. El central colombiano se lanzó a ras de suelo y consiguió despejar el balón con su pie derecho, evitando así el remate de Stewart. Sin embargo, la mala suerte para Escobar quiso que el balón escupido por su pie derecho saliera impulsado contra la red de su propia portería, ante las miradas impotentes del batido guardameta Córdoba y del propio Escobar. Nunca un gol costó tan caro.
La generación de oro del fútbol colombiano
Bajo la dirección de Pacho Maturana, Colombia había reunido a principios de la década de los 90 la mejor selección de su historia. Ya en el Mundial de Italia 90 habían causado sensación tras haber logrado, después de 28 años, la clasificación para jugar un Campeonato del Mundo por segunda vez en su historia. Superada la primera fase, el partido de octavos de final frente a Camerún, la otra gran revelación del campeonato, se decidió en una vibrante prórroga. Los dos goles del veterano delantero Roger Milla sentenciaron el choque para el bando africano. Colombia quedaba eliminada pero su brillante actuación la colocaba en el escaparate futbolístico mundial. Volverían.
Aquella selección estaba formada por una joven y prometedora generación de jugadores, muchos de los cuales habían ganado en 1989, también con Maturana en el banquillo, la Copa Libertadores con el Atlético Nacional de Medellín, con el guardameta René Higuita como gran protagonista de la final. Era la primera vez que un equipo colombiano lograba vencer en la máxima competición americana de clubes. Andrés Escobar, Luis Fernando Herrera, Leonel Álvarez y Luis Carlos Perea se alineaban junto a Higuita en ese legendario Atlético Nacional. Todos ellos formarían la base de la selección durante los siguientes años, al lado de Carlos Valderrama, Freddy Rincón, Faustino Asprilla y Adolfo Valencia. Una generación dorada estaba explotando.
La gran ilusión
El Mundial de Estados Unidos de 1994 significaba la oportunidad de quitarse el sabor agridulce que Roger Milla había dejado en la afición colombiana cuatro años antes. Con el mismo bloque, pero más maduro y cohesionado, aquella generación irrepetible afrontaba el ahora o nunca. Maturana, admirador confeso de Arrigo Sacchi, había logrado conjuntar un equipo serio y armonioso, que practicaba un juego dinámico y atractivo, aunando bloque y talento individual. Andrés Escobar, con su impecable colocación y su salida limpia de balón, era el mariscal en el centro de la defensa. En el centro del campo, Valderrama hacía y deshacía a su antojo, con Leonel Álvarez de escudero. Arriba, Asprilla y el Tren Valencia eran un quebradero de cabeza para las defensas rivales, que tampoco podían descuidar los letales aguijonazos por sorpresa de Freddy Rincón. En la portería, Oscar Córdoba sustituía en la puerta al mito Higuita, que se encontraba encarcelado, acusado de haber mediado ilegalmente en un secuestro.
La euforia en Colombia estaba desatada después de la exhibición mostrada en Buenos Aires en el último encuentro de la fase de clasificación para el Mundial, disputado el 5 de septiembre de 1993. Con los dos equipos jugándose el pase para Estados Unidos, los hombres de Maturana realizaron un partido de ensueño. El contundente 0-5 supuso un extraordinario hito para los colombianos y una humillación sin precedentes para la selección argentina, que a punto estuvo de quedarse sin jugar el Mundial y tuvo que disputar una eliminatoria de repesca contra Australia.
Maldito autogol
Las expectativas, por tanto, para la cita mundialista eran enormes. El propio Pelé se había encargado de avivar la hoguera de la ilusión: “Colombia es mi favorita para el título”. Las cosas, sin embargo, no tardaron en torcerse. El primer partido enfrentaba a Colombia con la Rumanía de Hagi y Popescu. Las contras rumanas resultaron letales y a los 34 minutos Raducioiu y Hagi ya habían colocado el 2-0 en el marcador. El definitivo 3-1 al final de los 90 minutos situaba a Colombia en una situación comprometida.
La necesidad de victoria en el segundo encuentro era acuciante. Enfrente estaba Estados Unidos, que también buscaba los tres puntos después de haber empatado con Suiza en la inauguración. Pese a la escasa tradición futbolística de los norteamericanos, su condición de organizadores los hacía especialmente peligrosos. Antes del partido, el plantel colombiano recibió amenazas de muerte desde su país con el fin de condicionar la alineación de Maturana, advirtiéndole de que no alineara a Barrabás Gómez. Maturana quiso dimitir en ese momento pero los dirigentes colombianos le convencieron para continuar. En medio de todo esto, Colombia se jugaba su continuidad en el Mundial. El ambiente no era el más adecuado para afrontar con la tranquilidad necesaria un partido tan decisivo.
Sin Gómez en el once, intentando sobreponerse a las adversidades y las presiones externas, Colombia inició el choque dominando y buscando insistentemente la portería de Tony Meola. Pero entonces, en el minuto 35, sucedió la fatalidad: el centro de Harkes, el desesperado despeje de Escobar buscando alejar el balón y éste que se niega a obedecer y se dirige directo hacia el fondo de la portería. Un mazazo del que no consiguieron recuperarse los sudamericanos. En el segundo tiempo Stewart daba la puntilla al marcar el 2-0. El tanto de Valencia al filo de los 90 minutos ya fue estéril. Para pasar a octavos de final, Colombia necesitaba en la última jornada una remota combinación de resultados. La probabilidad dictó su ley y el sueño se esfumó.
La tragedia
La eliminación supuso una decepción mayúscula, pero, al fin y al cabo, se trataba de simple deporte, de un juego donde se gana y se pierde, donde inspiración y azar juegan papeles primordiales y cualquier cosa puede pasar. Lo que sucedió después, en cambio, sí fue dramático. La noche del 2 de julio, sólo diez días después del fatídico partido contra Estados Unidos, Andrés Escobar salía junto a unos amigos de un bar de Medellín cuando fue increpado por unos sujetos, que le recriminaron con malas formas su autogol. Cuando Escobar intentó revolverse, uno de ellos sacó una pistola y le disparó seis tiros a bocajarro.
Las razones del asesinato nunca terminaron de dilucidarse. No quedó claro si se trató de un simple altercado puntual o había algo más detrás. La situación de Colombia en aquellos años, con los poderosos cárteles de la droga omnipresentes en la sociedad y una violencia estructural a la que el fútbol no era ajena (como muestra el imprescindible documental ‘The two Escobars’), era un caldo de cultivo ideal para que sucediera la tragedia. Durante mucho tiempo sobrevoló la teoría de que el autogol de Escobar hizo perder mucho dinero a destacados narcotraficantes involucrados en una red de apuestas ilegales, pero jamás se demostró. El autor de los disparos, identificado como Humberto Carlos Muñoz, fue juzgado y condenado a 43 años de prisión, pena rebajada a 23 años en 2001 con la entrada en vigor del nuevo Código Penal. En 2005 salió en libertad condicional por buena conducta.
COMENTARIOS
9