¿Cuándo empezaron los cruceros? “Quinientos americanos pijos bailando el Electric Side”
Ya de partida debo advertir que nunca he hecho turismo de crucero. Como concepto, no me atrae demasiado, aunque estoy dispuesto a cambiar de opinión si, tras probarlo, lo vivo de un modo, digamos, más sano, que David Foster Wallace. Pero eso os lo contaré dentro de un rato. Lo primero es lo primero. Y lo primero es saber dónde nació la idea de recorrer mundo en una suerte de micronación flotante.
Robert Fulton construyó el primer barco de acero en 1807, movido todavía por remos. En 1819, el primer barco de acerco movido por palas requirió de 26 días para realizar el recorrido transatlántico que unía Nueva York con Liverpool. En 1850, se hacía el mismo trayecto en sólo 8 días.
Sin embargo, el primer crucero transatlántico se llevó a cabo en 1840, salió de Liverpool hacia Boston. Se llamaba Britannia, si bien ya se habían llevado a cabo cruceros alrededor del 1835 para visitar Escocia, Islandia y las islas Feroe.
Tal y como explican José M. Faraldo y Carolina Rodríguez-López en el libro Introducción a la historia del turismo:
En 1860 un pasaje costaba unos 25 dólares por persona. Si se requería una cabina, el coste rondaba los 100 dólares y si durante el trayecto se quería consumir vino se pagaba como extra. Entre 1891 y 1911 viajaron cerca de 1,8 millones de personas en barco, desde Inglaterra a Canadá. Por la constante demanda de pasajeros, las compañías marítimas se dieron cuenta de que era necesario que hubiera barcos exclusivamente para pasajeros. (…) Cada vez más grandes y con equipamientos más lujosos, los itinerarios se diseñaban para mejorar el comercio de pasajeros y para asegurar la mayor rapidez en los trayectos.
Actualmente, los cruceros de placer son como ciudades flotantes. Si uno quiere, no precisa abandonar nunca más el barco. Sin embargo, los rituales que han cristalizado en los cruceros no son del gusto de todos. Como es el caso del escritor norteamericano David Foster Wallace, que se atrevió a vivir la experiencia de probar un crucero, y escribió toda su experiencia en un libro demoledor: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. A continuación, una de sus impresiones más halagüeñas (imaginaos el resto):
He visto playas de sacarosa y aguas de un azul muy brillante. He visto un traje informal completamente rojo con las solapas evasé. He notado el olor de la loción de bronceado extendida sobre diez mil kilos de carne caliente. (…) He visto a quinientos americanos pijos bailar el Electric Side. He visto atardeceres que parecían manipulados por ordenador y una luna tropical que parecía más una especie de limón obscenamente grande y suspendido que la vieja luna de piedra de Estados Unidos a la que estoy acostumbrado.
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