Cuando celebrar un gol se convierte en un show: ellos fueron los pioneros
En los últimos tiempos, los aficionados al fútbol estamos acostumbrados a que los jugadores celebren los goles de diferentes maneras, a cual más curiosa y excéntrica. Anillos que se besan, pulgares a la boca, dedos que señalan el número en señal de reivindicación personal, camisetas interiores con mensajes, bailes con ridículas coreografías y un sinfín de estudiadas representaciones son habituales para mostrar la alegría en el momento cumbre del fútbol, el instante del gol. No hace tanto tiempo esto no era así. Hace apenas un par de décadas no existían este tipo de dramatizaciones y la alegría del momento se mostraba sólo con abrazos jubilosos que a menudo desembocaban en improvisadas melés sobre el césped. Eran celebraciones espontáneas, como el exultante estallido de Tardelli al marcar el gol en la final del Mundial 82 o aquella de Juanito en el partido contra el Borussia Mönchengladbach, cuando abandonó el campo entre brincos, ebrio de felicidad, con su equipo ganando 4-0.
Sin embargo, cada vez es más frecuente la teatralización del momento posterior al gol. A menudo son gestos planeados, puntuales o recurrentes, que hurtan a ese momento de júbilo la espontaneidad que se le supone, la que siempre tuvo. Los hemos visto de todos los tipos, así que ya es difícil que alguno nos sorprenda, como sí lo hicieron estos cinco.
La voltereta de Hugo
Podríamos considerar a Hugo Sánchez como el pionero. Cuando a nadie se le ocurría celebrar los goles de manera especial, la voltereta de Hugo ya hacía furor. El delantero mexicano efectuaba la pirueta después de marcar cada gol. Y a fe que marcaba muchos. En su mejor temporada en España, la 1989/90, llegó a dar 42 volteretas con la camiseta del Real Madrid (38 en Liga, 3 en Copa y una en Copa de Europa). Hoy estamos acostumbrados a las cifras colosales de Messi y Ronaldo, pero en aquellos tiempos esa cifra era una barbaridad.
Fue su hermana Herlinda, integrante del equipo mexicano de gimnasia que participó en los Juegos de Montreal en 1976, la que enseñó al joven Hugo la voltereta que acompañaría cada gol hasta el final de su carrera. No faltaba quien le reprochaba su gesto, por considerarlo una desconsideración hacia el contrario. Los tiempos han cambiado.
El baile de Roger Milla
La selección de Camerún fue la gran sensación del Mundial disputado en Italia en 1990. Cuando el fútbol africano era un absoluto desconocido, ellos llegaron y se plantaron en los cuartos de final, donde cayeron ante Inglaterra. La inesperada estrella de la selección africana fue el suplente Roger Milla, un veterano delantero de 38 años que había jugado en diferentes equipos franceses durante los ochenta y los noventa. El jugador pasó a la historia de los Mundiales por sus cuatro goles, todos ellos saltando al campo desde el banquillo, y por la curiosa celebración que seguía a cada uno de ellos. Después de cada tanto, Milla se dirigía hacia el banderín de córner más cercano y, una vez allí, con una mano en alto y la otra colocada en su vientre, realizaba un rápido movimiento de caderas, ejecutando un peculiar baile que adquiriría fama mundial.
Bebeto acuna a su bebé
Aunque el baile de Milla ya había sentado precedente, sostengo la teoría de que la moda de las celebraciones planificadas empezó realmente el 9 de julio de 1994, en el Estadio Cotton Bowl de Dallas. Allí jugaban Brasil y Holanda el partido correspondiente a los cuartos de final del Mundial de Estados Unidos cuando Bebeto, después de marcar el segundo gol para su selección, decidió dedicárselo a su hijo recién nacido. Para ello empezó a mover los brazos en vaivén simulando acunar a un bebé. Mazinho y Romario se unieron a la coreografía y la simpática imagen de los tres jugadores dio la vuelta al mundo, sirviendo como modelo a muchos otros en años posteriores. Ellos no tienen la culpa de haber servido de inspiración a todos los que vinieron después. O quizás un poco sí.
Leandro hace el perrito
Leandro Machado llegó al Valencia en el mercado de invierno de la temporada 1996/97, con la imposible misión de cubrir el vacío que había dejado la marcha de Pedja Mijatovic ese verano. Era aquel un Valencia convulso, donde Jorge Valdano acababa de sustituir en el banquillo a Luis Aragonés, lejos del equipazo que explotaría poco después de la mano de Cúper y Benítez, aunque ya contaba en sus filas con jugadores como Mendieta o Claudio López.
Leandro pasó por Valencia con más pena que gloria y abandonó el club al concluir la temporada, no sin antes dejar una de las celebraciones más ridículas que se recuerdan. Tras marcar un gol en el Vicente Calderón, Leandro tuvo la feliz ocurrencia de dirigirse hacia uno de los fondos, apoyar manos y rodillas en el suelo y levantar uno de los pies, imitando la micción de un perro. Huelga decir que al público colchonero aquello no le hizo demasiada gracia.
La raya de Fowler
De todas las celebraciones de la historia, es posible que ninguna haya levantado tanta polémica como lo hizo ésta en su día. Se celebraba en abril de 1999 el derby entre Liverpool y Everton, los dos equipos de la ciudad de los Beatles. En un momento dado, el árbitro sancionó un penalti contra el Everton y Robbie Fowler, la estrella red, se dispuso a lanzarlo. Una vez que el balón entró en la portería, el delantero del Liverpool se dirigió hacia la línea de fondo, enfrente de los aficionados rivales, se agachó frente a la misma y, colocándose la mano en la nariz, simuló aspirar la cal como si se tratara de cocaína. A pesar de que Steve McManaman acudió presto para levantar del suelo a su compañero, el gesto, recogido por la televisión, fue evidente y levantó ampollas. Fowler alegó más tarde que se trataba de una respuesta irónica a los aficionados del Everton, que lo habían tachado de drogadicto, pero eso no le sirvió para librarle de cuatro partidos de suspensión y una fuerte multa económica por parte de su club.
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