Barça-Madrid: ¡Banzai!
Yo conocí a Sergio Lamas, que alegó lumbago en el funeral de su padre y se fue a ver en directo un Madrid-Barça. Los vecinos asistimos a misa, respetuosamente, y llegamos al bar a tiempo de ver la segunda parte, en silencio. Su mantra, cuando se descubrió su presencia en el Bernabeu, era que su padre hubiese hecho lo mismo si el muerto fuese el hijo. La muerte es la muerte, explicaba, pero el fútbol es el fútbol. Me pareció un razonamiento demoledor, como la vez que Kipling, para defender el tabaco, dijo que una persona es solamente una persona, pero «un cigarro es fumar». El caso fue sonado en el pueblo, y dejó una cicatriz en la familia que a veces todavía llora. Creo que, con el tiempo, Sergio se arrepintió vagamente. En aquel momento, sin embargo, había que verse con una entrada así en la mano, caída del cielo, quemándote. Hay que tener unos nervios muy templados para deshacerse de una piedra preciosa, supongo. No me gusta no exagerar, pero casi es un pecado. Por otra parte, su padre ya estaba muerto, y la resurrección no está aún suficientemente demostrada.
Un Madrid-Barça te lleva la límite. Ni siquiera tienes que ser seguidor de uno de los dos equipos. Hay algo en él que apasiona oscuramente, como la ruleta rusa, o los alucinógenos, o Kate Moss. Tal vez fascine porque el país se divide en dos partes, y se lanzan la una contra la otra al grito de «¡Banzai!», mientras los seguidores del Atlético atracamos el Banco de España. Es hermoso ese choque, el miedo, el ruido que emiten los nervios, parecido al de una sierra. Hablamos de un partido que promete una lucha a muerte, siguiendo aquella bellísima máxima de Héctor Bambino Veira: «De la mitad para atrás, Vietman. De la mitad para adelante, explosión». No importa que no te guste el fútbol. Quién ha dicho que un Madrid-Barça sea fútbol. Cuando mi vecino Sergio alegaba que el fútbol era fútbol, y que a su lado un entierro sólo era un agujero en la tierra, en realidad quería expresar que el fútbol a veces es algo más que futbol, y de ahí el precipitado alivio de su lumbago, a medida que se acercaba al Paseo de la Castellana. Algunos días es la constatación de un milagro, como el ‘maracanazo’. «Si suena como literatura, lo reescribo», decía Elmore Leonard, que sostenía que la literatura no servía para hacer literatura. En el mismo sentido, si el fútbol sólo fuese eso, fútbol, si no fuese algo completamente distinto, efervescente, novelesco, apegado a los fracasos diarios que te sirven de lección, a estas alturas el fútbol ya sería sólo un placer liviano, como el té de la tarde o los calcetines de lana.
Me temo que si no implicase toda una cosmogonía, como el Ulises, capaz de remitir al amor, la historia, la música o las matemáticas, el fútbol estaría bien definido por sus detractores: veintidós bárbaros dando patadas a un balón. Hay gente así, que asegura que el fútbol nada tienen que ve con la vida de las personas, con sus cosas más esenciales. «Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida –decía Eduardo Sacheri–, pero de algo estoy seguro: no sabe nada de fútbol». Con el tiempo, empiezas a sospechar que tal vez Sergio tenía razón, y que mientras se juega un Barça-Madrid todo lo demás no tiene sentido. Y menos la muerte, aunque sea la de tu padre.
En 1001 Experiencias | He venido a matarte en un córner
En 1001 Experiencias | Muerte en el banquillo del Bernabéu
COMENTARIOS
3