Dentro de las cosas que tenía pensado hacer cuando me fui de Erasmus a Estocolmo, Suecia, no entraba ver una aurora boreal. Estocolmo está algo al sur para verlas, y como normalmente estos fenómenos se ven en invierno, no es una buena época para viajar al norte (demasiado frío y pocas horas de luz no acompañan para hacer turismo). Personalmente, además, no me gusta el riesgo, y realizar un viaje para ver una aurora boreal y que luego durante la estancia no veas ninguna (puede pasar) no es algo que me atrajera mucho.

Pero la vida está llena de casualidades. Una noche de febrero, mientras cocinábamos mi novia y yo tranquilamente la cena recibo una llamada al móvil. Era nuestro amigo Eugenio, que me dice que dejemos lo que tengamos entre manos y que vayamos a la playa de Lappis lo más rápidamente que podamos. Yo le digo que no podemos, la sartén está en el fuego y tenemos hambre. Pero él menciona las palabras mágicas: aurora boreal. Apago el fuego y salimos corriendo.

El trayecto desde el piso en el que vivíamos y la playa de Lappis es muy corto. Apenas siete minutos andando. Al salir a la calle vimos la aurora boreal. Un resplandor verde en el cielo, algo extraño, como si fuera una nube pero que emite color, similar al atardecer pero con un color y una forma rara. Después del shock inicial, en menos de 3 minutos estábamos en la playa, resoplando por la carrera.

Había mucha gente, todo el mundo mirando el cielo y comentando la aurora boreal que estábamos presenciando. Para muchos era nuestra primera vez. Es algo raro ver auroras boreales tan al sur, en Estocolmo, pero si vives muchos años lo normal es que la hayas visto alguna vez. Por tanto casi todos los que estábamos presenciando el cielo éramos extranjeros. Allí nos encontramos con mi amigo Eugenio, que venía corriendo desde la Universidad. Y nos juntamos el grupo de amigos, ya que la noticia había volado. Todos mirando el cielo ensimismados.

De vez en cuando la imagen estática, verde, que veíamos en cielo, se movía rápidamente, viendo las típicas imágenes que todos hemos visto alguna vez en un vídeo. Eso es una aurora boreal. Un espectáculo de luz y movimiento, en una noche cerrada, con cielo estrellado como fondo. Algo indescriptible, que hay que vivir. Y si además se piensa que es el efecto del viento solar impactando con el campo magnético de la Tierra, no puedo más que maravillarme.

Después de media hora contemplando el cielo empezamos a notar el frío. Habíamos salido de casa casi sin abrigo y estábamos en febrero. Nos volvimos, a nuestra sartén con comida a medio cocinar, pensando en lo que habíamos contemplado. Y en los siguientes días estuvimos medio pochos por haber pasado tanto tiempo al frío de la noche de Estocolmo. Pero no nos importaba, porque cada vez que tosíamos recordábamos haber visto en el cielo algo que quizá no volveremos a ver.

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