Una vuelta al “infierno verde” de Nürburgring
Fue en verano de 2009 cuando, de visita en casa de una amiga en Bélgica, decidimos escaparnos unos días dirección a Polonia. Teníamos cuatro días por delante, y también queríamos visitar Berlín y Praga. A priori parecía un plan demasiado estresante para unas vacaciones, pero el hecho de que Alemania no tenga límite de velocidad ayuda a la hora de recortar distancias. Circular a más de 200 km/h por una autopista por el carril izquierdo y ver cómo un coche te hace ráfagas para que te apartes, como si fueras lento, no tiene precio. Tanta locura motorizada estaba despertando la sed de velocidad a un amante de la misma como soy, así que de vuelta a Bélgica decidí de manera unilateral que debía pasar por el circuito de Nürburgring, en el oeste de Alemania, a dar una vuelta a tan mítico trazado.
Ignasi Calvo es Músico y diseñador web a partes iguales. Nacido en Barcelona el 1982, es titulado en técnico de sonido y trabaja como freelance desarrollando proyectos web. Otra de sus grandes pasiones es viajar, contando con numerosos kilómetros en sus espaldas.
El circuito de Nodschliefe, situado en la localidad de Nürburg, es uno de los trazados con más historia en el mundo de los deportes del motor. Conocido como el “Infierno Verde”, su revirado trazado de unos 22 kilómetros discurre entre bosques y colinas en plena naturaleza. Un Infierno Verde en el que antaño los monoplazas de Fórmula 1 volaban por conseguir la primera posición. Hoy en día la Fórmula 1 no compite en el trazado completo, sino en un circuito auxiliar construido al lado que no comparte más que un muro con el antiguo circuito, pero otras competiciones sí que usan el trazado antiguo. Y lo mejor de todo: está abierto al público general. Y volver a Bélgica por la autopista alemana, ver el desvío al circuito (junto a la carretera) y no parar, no era una opción a contemplar.
Llegando al circuito por la carretera que da acceso al mismo ya se respiraba el olor a gasolina y velocidad. En algunos puntos de la carretera se podía ver el circuito, y veías a gente en el exterior del trazado mirando hacia la pista, contemplando los coches correr en caos. Cuando por fin encontramos el punto de acceso al trazado, aparcamos y compramos nuestros tíquets. Había tarifas de todo tipo: una vuelta (unos 22 EUR, un euro por kilómetro), dos vueltas, cinco, packs mensuales, semanales, bonos semestrales y anuales. Incluso había pilotos con coches preparados para competir que te ofrecían vueltas como copiloto a distintos precios: desde los más baratos (Renaults Clio o Opel Corsa a unos 200 EUR la vuelta) hasta los más caros (imponentes Dodge Víper de 500 caballos de potencia, a 600 EUR la vuelta). Nosotros optamos por una simple vuelta con nuestro Seat León del 98. La intención no era competir, sino rodar por el circuito sin emocionarnos demasiado, simplemente para contemplar in-situ cómo era el Infierno Verde.
Tiquet en mano, nos dirigimos a la barrera de acceso al circuito, una especie de peaje de dos carriles donde insertas el pase en una máquina y te abre. La recta principal del trazado no puede realizarse entera, ya que cada vez que pasas por ella, debes pasar por este peaje a dar fe del pago de la vuelta que vas a iniciar. Con la barrera alzada, aceleré a fondo y de repente estabamos inmersos en el imponente e histórico trazado. Una recta anchísima de asfalto perfecto toda para nosotros, rodeados de vallas metálicas por ambos lados. Las primera curva, la que comparte muro con el nuevo circuito, llegó pronto y empezamos a enlazar las siguientes, en un pronunciado descenso. Es increíble como las elevaciones se acentúan una vez las contemplas en persona.
Foto por desertspotter
El primer coche que nos adelantó no tardó en aparecer. Le dejé pasar y se perdió, zumbando en el horizonte. Estábamos en la recta que finaliza con uno de los cambios de rasante más espectaculares de la historia de la competición, un cambio de rasante en el que los coches saltaban para, nada más aterrizar, frenar y encarar una amplia curva a derechas que daba paso a un descenso vertiginoso hacia el corazón del trazado. En dicho descenso fui superado por dos coches más, uno de competición y otro de serie. El trazado serpenteaba ahora ya en pleno bosque. Decenas de curvas se enlazaban y los arcenes rompesuspensiones no daban tregua. En este punto del circuito tuve que estar más pendiente del retrovisor, para no obstaculizar, que de lo que me venía por delante, pese a estar circulando bastante rápido para minimizar la molestia. Estaba enlazando curvas a 140-150 por hora con un coche de serie, mientras que otros conductores con sus vehículos me rebasaban por el exterior a velocidades superiores. Muchos BMWs y Mercedes de gente orriente que, en su camino de vuelta a casa del trabajo (era jueves), pasaban a darse una vuelta por el Infierno Verde. Y no sólo coches: muchas motos.
Foto por desertspotter
Este es un trazado mantenido y abierto al público previo pago, pero queda bien claro en el ticket de acceso que cualquier daño es responsabilidad del usuario (conductor), eximiendo al recinto de cualquier responsabilidad. Los seguros de coche alemanes no cubren el rodar por Nordschliefe y, por descontado, no se puede traer un coche de alquiler aquí. Y lo entiendo: en nuestra vuelta vimos dos accidentes. Nada grave, pero los daños en las motos eran evidentes. Hay comisarios y asistencia, así que fueron atendidos debidamente. Este circuito es un caos, ya que en él conviven coches de competición, coches de serie de todo tipo, motos, furgonetas… cualquier vehículo puede entrar, sea el que sea. Si antes se le llamaba el Infierno Verde, ahora el nombre se queda corto. Si entras, allá tú.
Finalizada la vuelta, salimos del trazado por el peaje y nos detuvimos a contemplar el ambiente, de lo más variopinto. Desde ejecutivos de vuelta del trabajo hasta coches de competición, como ya hemos comentado, pero también scooters, tuneros, curiosos, aficionados y espontáneos. Un cóctel que convierte a este trazado en un pedazo de historia abierto al público bajo tu riesgo y cuenta.
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