‘Sherlock’, the game is on
1001 Experiencias se despide tal día como hoy, y lo cierto es que, que mi último texto sea éste dedicado a una de las series del momento, ‘Sherlock’ (id, 2010- ) —la más exitosa salida de la BBC en los últimos años— es para mí un honor. La puesta al día por parte de Steve Moffat y Mark Gattis del personaje creado por Arthur Conan Doyle encuentra en Bendecit Cumberbatch y Martin Freeman el milagro de la compenetración, la elegancia, humor y emoción necesarias para dejar con la boca abierta a todo amante del personaje, que dicho sea de paso es el personaje de ficción más veces llevado al cine. Sí, ‘Sherlock’ es una serie de televisión, pero que como otras joyas del citado medio —apúntense un par de la HBO ya concluidas—, utiliza conceptos puramente cinematográficos, sobre todo en la puesta en escena. Una serie que temporada a temporada ha ido superándose poco a poco, dejando a algunos, como un servidor, totalmente enganchados y con ganas de más.
En las tres temporadas que lleva emitidas la BBC —se saben que aún hay dos más, como mínimo— el factor sorpresa está muy bien trabajado en todas ellas, con casos para el popular detective que desafían a la inteligencia y que siempre se presentan como un divertido y fascinante juego en el que la mente de Sherlock, con su palacio mental, es el protagonista absoluto. Una serie que aprovecha de forma magistral el crescendo dramático derivado de las relaciones entre los personajes, sobre todo los dos centrales, algo muy presente en la obra de Doyle, y que en la serie cobra patente vida en el segundo episodio de la tercera temporada, ‘The Sign of Three’, auténtico punto de inflexión, lleno de un desternillante humor que jamás empaña a los personajes, y Sherlock resuelve un caso aludiendo al sentimiento de amistad.
Resulta muy curioso el cambio que se produce por la espera, angustiosa como pocas, de dos años entre la segunda y tercera temporada, provocada sin duda por los compromisos cinematográficos de Cumberbatch Y Freeman, ahora más en boca de todos que antes, y que aumenta las raciones de humor y sobre todo el juego con el espectador, al que le gustaría verse inmerso en alguno de los misterios de Holmes. Es por ello que la serie demuestra una gran inteligencia al no resolver, de momento, cómo soluciona Holmes su tan comentado suicidio, abriendo todo un abanico de posibilidades, a cada cual más delirante. Con el retorno en la próxima temporada del archienemigo de Holmes por excelencia puede que se dé la solución, aunque por mí puede mantenerse el secreto eternamente y dejar a los que necesitan explicaciones con el difícil y cada vez más raro ejercicio de pensar. Por cierto, las referencias a Nolan son más que evidentes en la tercera temporada.
Mark Gattis y Steve Moffat pueden estar orgullosos, además de un puñado de directores entregados al noble arte de narrar con imágenes las más que interesantes historias. Gattis incluso se reserva el papel como actor de Mycroft, el hermano más listo, y terriblemente poderoso, de Sherlock, que siempre va por delante de él, y cuya relación de amor/odio va intensificándose cada vez más a pesar de sus evidentes diferencias. Tras las cámaras varios directores, entre los que se merece destacar a Paul McGuigan, conocido por películas como ‘El caso Slevin’ (‘Lucky Number Slevin, 2006) o ‘Push’ (id, 2009), y que sorprendentemente filma algunos de los mejores instantes de la serie.
A él pertenece el que es mi episodio favorito de lo visto hasta ahora, el primero de la segunda temporada, ‘A Scandal in Belgravia’, sin duda de lo mejor jamás hecho para la pequeña pantalla. En él un personaje femenino de nombre Irene Adler —impresionante Lara Pulver—, apodado doblemente como Dominatrix o The Woman, se encuentra de forma inolvidable con Sherlock, de quien se queda prendada por su increíble capacidad de razonar y deducir sólo observando. Las insinuaciones homosexuales del personaje quedan a un lado y el enfrentamiento entre razón y emoción se descifra explosivo detrás de la contraseña de un móvil. Tensión sexual de las que saltan chispas, orgullo por otro lado, y la entrega definitiva del personaje a cumplir su palabra, salvando a la mujer que desea en el que es el clímax más emocionante de la serie, aquel en el que se abraza al espectador en una muy inteligente concesión en la que por dentro gritamos de júbilo: “¡¡¡Sí, sí, SÍ!!!”
Así pues, y con el eco de ese maravilloso final, en el que la música de David Arnold y Michael Price hurga en nuestras emociones, me despido de estas páginas. Ha estado muy bien, y recordad: el juego jamás termina.
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