¿Sexo y violencia? ¿interesado? Aquí Shakespeare, un amigo
El pasado viernes Joss Whedon estrenaba en nuestras pantallas una nueva y original puesta en escena de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ (‘Much Ado About Nothing’, 2013), una obra que hace casi veinte años suponía uno de los puntos álgidos en la filmografía de Kenneth Branagh y que demuestra, entre otras cosas, que Mr. Shakespeare tenía que ser un cachondo de cuidado. Sólo a un tipo con un sentido del humor muy singular —y por singular habría que entender cínico y cáustico— se le podrían ocurrir los chispeantes diálogos que durante el transcurso de la trama intercambian Beatriz y Benedicto, por no hablar de aquellos que pone en boca del alguacil —ese alocado personaje que interpretaba Michael Keaton en la cinta de Branagh.
Pero, al margen de un sentido del humor que daría para otra entrada, si hay algo que subyace en muchas de los textos del bardo, es un profundo conocimiento del alma humana y de dos de sus más primales pasiones. Y esos algos son sendas claves que el cine ha sabido interpretar con desigual intensidad a lo largo de las décadas, cediendo paso el puritanismo del Hollywood clásico de forma paulatina a lecturas más arriesgadas desde el punto de vista visual sobre las muchas y muy diversas cargas de profundidad que encierran las obras del literato de Stratfford-upon-Avon.
Y si en uno de sus mayores valedores cinematográficos, ese Sir Laurence Olivier que era capaz de recitar a Shakespeare de forma tan natural que parecía que era él “el que pensaba las líneas de diálogo”, la violencia implícita en ‘Hamlet’, ‘Enrique V’, ‘Otelo’ o ‘Ricardo III’ quedaba algo deslavazada por la época en la que se rodaron sus adaptaciones, eso es algo que posteriores versiones de dichos títulos vinieron a compensar; y tanto las visiones del ‘Hamlet’ de Zeffirelli o Branagh, como la visualización que éste último daba a la batalla de Agincourt de ‘Enrique V’ o ese ‘Ricardo III’ que Richard Loncraine y Ian McKellen reimaginaban en una Inglaterra fascista, son más que sobradas muestras de la desbordada pasión por la sangre con la que Shakespeare preñaba sus títulos.
Íntimamente ligada a una inclinación que también se ha podido observar en las personalísimas adaptaciones que Julie Taymor ha llevado a cabo sobre ‘Titus’ y ‘La tempestad’ o en la decepcionante ‘Coriolanus’ (id, Ralph Fiennes, 2011), si hay algo que queda evidenciado en cualquiera de las aproximaciones citadas a las líneas del escritor es que el sexo, ese motor que lleva volviendo majareta a la humanidad desde el confín de los tiempos, es un engranaje fundamental en casi todos los mecanismos que articulan las tramas Shakesperianas. Y si no me creen, pregunténles a ‘Romeo y Julieta’, que debajo de toda esa pátina de amor desesperado e imposible, lo que encontramos es a dos adolescentes con las hormonas por las nubes queriendo fornicar a espaldas de sus padres cuanto más, mejor. ¿Qué? ¿Qué no? ¿Seguro?…
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