No era la épica, era Messi
Durante la previa se apeló a la épica, se recordaron las remontadas contra el Anderlecht, el Goteborg, el Dinamo de Kiev o el Chelsea, se habló del partido en Riazor de hace nueve años. Xavi recordó que a esta generación aún le faltaba una remontada histórica y Piqué arengó a la grada, censurando a los escépticos.
Enfrente estaba el Milan de Allegri, que ya no es el geriátrico de los últimos tiempos. Su media de edad se ha rebajado, perdiendo por el camino el estajanovismo de Gatusso y la clase de Pirlo y Seedorf, mientras el equipo se plagaba de juveniles crestas. Que el peluquero de Milanello ande suelto por las calles es motivo de intranquilidad.
Cinco minutos tardó Messi en tirar una pared con Xavi y colocar el balón en la escuadra de Abbiati. Lejos del equipo lánguido y estático de los últimos tiempos, el Barça se mostraba activo, ahogando al Milan en la salida de la pelota, robando balones en campo italiano, donde más daño hace. De uno de esos robos, obra de Iniesta, llegó el segundo gol de Messi, al borde del descanso. Un minuto antes, una contra de Niang había terminado con el balón estrellado en el poste de la puerta de Valdés. En ese minuto estuvo la eliminatoria. Niang falló y Messi marcó. Detalles así definen partidos, eliminatorias, campeonatos.
Certificaron el pase a cuartos Villa, con un sublime giro de su tobillo izquierdo, y Jordi Alba, que aprovechó un demencial saque de falta de Robinho para culminar un contraataque conducido por -quién si no- Messi y reivindicarse como goleador en grandes noches.
Este Barça ya tiene la remontada que reclamaba Xavi. A la hora de la verdad, no necesitó recurrir a la heróica y a la vena en el cuello. Le bastó con recuperar lo más parecido a su mejor versión. No era la épica, era el fútbol. Era Messi.
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