La primera vez que hice un monólogo en público: nervios y diversión
Siempre me ha gustado mucho escribir. Cualquier cosa, desde algo de ficción a un post en ¡Vaya Tele!, siempre disfruto aporreando el teclado para lanzar al mundo lo que tengo en mi cabeza. Así que de vez en cuando me gusta probar cosas nuevas, y un día decidí probar a escribir un monólogo cómico. Jamás habría pensado lo difícil que puede ser.
Cuando me puse delante del folio en blanco supe que no era tarea sencilla contar lo que quería de una manera divertida, dinámica y sin aburrido relleno. Pero también me surgía otra duda: ¿realmente es gracioso esto que estoy escribiendo? Porque no es raro que pienses que ese chiste tan bien hilado será la risa y cuando lo cuentas suenen grillos bajo la platea. Tú puedes pensar que tu monólogo es lo más, pero sólo hay una forma de saber si lo es: defenderlo ante un público (a ser posible que no sea tu madre ni nadie que te idolatre). Ese era mi reto.
Álvaro Onieva es un joven granadino que vive en Madrid. Se licenció en Comunicación Audiovisual en Málaga y posteriormente realizó un máster en Creatividad y Guiones de Televisión. Es un amante declarado del medio televisivo y desde hace más de un año escribe en el blog ¡Vaya Tele!
Hay muchas salas pequeñas y bares que te dejan subirte a su escenario. Tú te sueltas en sus tablas y ellos entretienen (o no) a sus clientes. Y con suerte igual te dan una copa y todo. Minutos antes de comenzar te ataca esa sensación de tener la revolución rusa en el estómago. Quieres huír. Pero como somos valientes no lo haremos. ¿Lo somos, verdad? Recuerdo que la primera vez que subí al escenario sentía que me desmayaba. Un foco de luz directamente en la cara me dejó claro que ya no había escapatoria, y las caras expectantes del público que decían “diviérteme” me hicieron preguntarme: “¿seré lo suficientemente gracioso?”. Glup.
Comencé dubitativo mi pequeño relato notando cómo me temblaban las piernas e intentaba mover enérgicamente las manos para que nadie notase que mis nervios las habían convertido en maracas. Pero llegó la prueba de fuego. Lancé el primer chiste y el mal trago acabó. ¡Se rieron! Ni siquiera recuerdo ya cuál era aquel chiste, pero aún oigo sus risas.
Desde aquel momento me sentí pleno. Dominaba la situación. Era capaz de hacer reír a la gente y estaba dispuesto a ello. Ahora me movía con soltura por el escenario, era mío. Aún así los nervios siguieron hasta el final. Temía que llegase esa parte del texto que escribí a sabiendas de que no era lo suficientemente graciosa, o tenía tantas ganas de soltar mi chiste favorito que me aturullé momentos antes…
Aquella noche no fui, desde luego, el rey del club de la comedia, pero tampoco el monologuista pardillo con menos gracia de todo el local. Algo es algo. Y es que salga mejor o peor, subirse al escenario siempre es una descarga de adrenalina, y por eso es una experiencia excitante para vivir. Conseguir una carcajada sincera es el mayor de los premios, que compensa incluso a ese momento tierra-trágame en que haces un chiste que provoca silencio y ves pasar la mítica bola de paja del salvaje oeste. Aunque hay algo aún peor que el silencio. Esas risas compasivas que dicen “he detectado que eso intentaba ser un chiste y, aunque no tiene gracia, me rio para que no te sientas mal”. Se te clavan en la nuca como punzones. Esperemos que no despertéis demasiadas de esas, pero quedáis advertidos.
Finalmente, tras unos minutos que parecieron horas sobre el escenario, en los que pasaron miles de cosas por mi cabeza mientras mi boca iba soltando el texto, y en los que viví una auténtica montaña rusa de sensaciones, llegó el final. Y con él los aplausos. Y sentí que todo mereció la pena y que quería volverme a subir ahí. Pero no podía, después de aquel subidón casi no me respondía el cuerpo, estaba tan lacio como si hubiese hecho siete donaciones de sangre seguidas. Que alguien me traiga un zumo y un mañanito, por favor.
Cinco consejos para contar tu monólogo y salir airoso:
- Ten claro lo que quieres contar y hazlo de forma directa.
- No trates de imitar a nadie (Chiquito o los Chanantes son graciosos, pero no las burdas imitaciones). Sé tú mismo y busca tu código de humor.
- No abuses del mismo tipo de chiste (comparaciones, alusiones a famosos, escatología…).
- Invita a familiares y amigos a verte, serán más generosos a la hora de reirse.
- Pero sobre todo, cuando salgas al escenario DISFRUTA.
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