Ir a un cine en la India: esto es Bollywood
Puede que no esté incluido en ninguno de los programas de las agencias de viajes, pero si viajas a la India hay una experiencia inolvidable que no te debes perder por nada del mundo: ir al cine. Sí, algo tan cotidiano y rutinario en Occidente se convierte en la mayor de las fiestas en aquel fascinante país.
No en vano la industria cinematográfica de la India es la más importante del mundo. Cada año se producen unas 800 películas (el doble que en Hollywood) y el país cuenta con 9.000 salas de cine para un público de 1.000 millones de habitantes, cantidad que, curiosamente, se alcanzó justo en 1999 cuando yo estaba allí. Al menos así lo indicaba el gran marcador de población que hay instalado en el centro de Delhi.
Jorge Díaz, es creativo publicitario y compagina su profesión escribiendo en varios blogs de Weblogs SL, siendo coordinador y editor de Compradicción y editor de Hipersónica y eBayers. Sus dos grandes pasiones son la música y los viajes, ha recorrido los cinco continentes buscando gentes, costumbres y culturas más que bonitas fotos de postal. Puedes seguirlo en Twitter en @koalalala
El Raj Mandir, el cine más importante de la India
Hay un cine que destaca sobre todos los demás, el Raj Mandir de Jaipur, considerado como uno de los más importantes de todo Asia. Bajo su luminoso letrero podemos leer “The Show Place of the Nation” y yo os puedo asegurar que sí, que pasar a su interior es todo un espectáculo y no precisamente por lo que ocurre en la pantalla sino a su alrededor.
Antes hay que pasar por taquilla y hacerse con alguna de las 1.200 entradas disponibles (dividas en tres categorías: rubí, esmeralda y diamante), algo que no es tarea fácil pues allí hay llenazo todos los días.
Tampoco debe ser muy habitual que sean las mujeres las que las compran pues, a pesar de haber una ventanilla para hombres y otra para mujeres, allí nadie respetaba esta absurda división. Mi mujer, muy a su pesar, fue escoltada por la policía que se abrió paso a empujones, mientras nosotros tratábamos de convencerles que nos daba igual esperar. Por mucho que quieras comportarte como ellos siempre acaban viéndote como un turista.
Una vez dentro ya no sabes donde mirar. Una ostentosa y recargada decoración, que probablemente sea lo más kitsh que he visto en mi vida, parece el interior de un placio de Walt Disney. Varias plantas enlazadas con unas enormes escalinatas y gente, mucha gente, gritando, comiendo, bebiendo, fumando y corriendo de aquí para allá inquietos por el espectáculo que de un momento a otro todos vamos a experimentar.
Levántense de sus butacas y pongánse a bailar
Y comienza la película y allí nadie se calla, al contrario, los gritos aumentan dirigiéndose a los protagonistas de la pantalla como si les pudieran oír. Un chico tan guaperas que podría ser una caricatura en clave de humor de cualquiera de nuestras estrellas de cine lucha por conseguir al bellezón vestida con sari de colores. Todo muy exagerado y cuando menos te lo esperas se ponen a bailar y cantar como si estarían en un videoclip, con un jugueteo erótico de lo más inocente en el que darse un beso es lo más.
Pero la pareja protagonista en la pantalla no es la única que bailan, el público, ante nuestro asombro, se levanta de sus asientos y empiezan a cantar y bailar como ellos solo saben cada una de las piezas musicales como si se tratara del mayor hitazo superventas. Así, cualquier película, irremediablemente, pasa automáticamente a ser del género de humor.
Fueron más de tres horas de película en un idioma en el que no entendíamos ni una palabra, pero os puedo asegurar que no nos hizo falta para divertirnos y que, al contrario que ocurre en nuestros cines, allí nadie se durmió. Como comprenderéis, desde entonces, no he vuelto a quejarme porque el de al lado esté comiendo palomitas.
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