Ilha de Mozambique. Encuentro y contrastes de un mundo olvidado
Adentrarse en la zona norte del país de Mozambique, supone en sí misma una experiencia abundante en estímulos sensoriales desconocidos. Un constante desabastecimiento de agua potable y alimentos, sumados a otra llamativa cantidad de fiebre amarilla y una pronunciada decadencia en los accesos, sellan el primer contraste con una de las postales más hermosas en lo que a cuestiones ambientales se refiere. Palmeras, arena blanca y un sol primaveral que pintado en el horizonte, retoca finamente las mil tonalidades de verdes que rodean las humildes chozas en donde se desenvuelve la vida en esta parte del país.
Viaje por África es un proyecto ideado y puesto en marcha por dos argentinos, Pablo Zapata (32) y Julián Árenzon (28) en octubre del 2009. El objetivo propuesto fue el de atravesar el continente africano de sur a norte, de manera totalmente independiente, en transporte público, a dedo, o como fuera, para intentar realizar registros audiovisuales que sirvieran de complemento y apoyo a los relatos de las impresiones y vivencias que iríamos obteniendo durante la travesía, para luego ser reflejadas en un blog que ayude a ampliar los conocimientos de este enigmático continente. Viaje por África es un viaje independiente, que intenta ayudar a quien lo necesite, a saltar al vacío y lanzarse a rutear… un estilo de vida y la firme convicción de lo que uno se proponga, se puede lograr. Estamos en Facebook y Twitter.
Eso es solo una pequeña “contradicción” que da la bienvenida a la provincia de Nampula, área geográfica a la que efectivamente pertenece Ilha de Mozambique, donde el hecho clave para empezar a entender la realidad de este hermoso y contrastante mundo olvidado, radica en los tres kilómetros de puente que se extienden sobre el Océano Índico; una construcción de cemento y hormigón, que al mismo tiempo que facilita el acceso a la isla, pareciera acentuar un poco más el desabastecido contexto provincial. Sentimos el cambio de ambiente en finas capas, ya que cruzamos aquel puente caminando con nuestras mochilas al hombro, y lentamente fuimos obteniendo la sensación de entrar en una especie de burbuja marina, con una fuerte historia y códigos propios.
Ahí nomás entonces, pero ya del otro lado del puente, se termina de expandir ante los ojos una isla absolutamente paradisíaca, que en su no más de kilómetro cuadrado, condensa más elementos históricos y estímulos informativos que todo el país de Mozambique en su larga extensión. Una furiosa y extenuante mezcla arquitectónica revela el paso y estancia de indios, árabes y portugueses, mientras el acentuado deterioro en estas construcciones, apunta la responsabilidad hacia algunos desastres naturales, como el tifón que destruyó la isla en 1994, y porque no también, a una gran y notoria desidia gubernamental. Mezquitas, iglesias, fuertes, mercados, casas de piedra y casas armadas con paja o “makuti” parecieran haber sido redistribuidas espacialmente por aquel nefasto tifón, para confundir la orientación del visitante.
La demografía es igual de exquisita y confusa, ya que a la presencia de indios, árabes y portugueses, hay que sumar a los pobladores originarios de la zona, los Macua, quienes terminan de fundar una mezcla racial con pocos precedentes, la cual se pasea por los vericuetos de esta isla, con sus infinitas costumbres, religiones, vestimentas, ornamentas, idiomas y características culturales sin igual. Por último, hay que hacer alusión a la superpoblación del pequeño perímetro, el cual alberga toda esta mezcla condensada en la cantidad de quince mil almas, muchas de las cuales llegaron a la isla huyendo de la guerra civil que azotó al país entre 1977 y 1992, y nunca más fueron redistribuidas o reacomodadas por el gobierno.
Una vez aunados entonces estos primeros átomos informativos, uno respira consistentemente por primera vez, el carácter, la belleza y la particular fragancia de una isla, que por todos los motivos anteriormente expuestos, fue nombrada en el año 1991 por la Unesco, Patrimonio Histórico de la Humanidad. Cuando nos enteramos de esto, fue que empezamos a caminar todos sus recovecos en busca de alguna entidad que nos pudiera explicar por qué un lugar con un título tal, se encuentra desprovisto de toda ayuda internacional y nacional, desabastecido hasta el hartazgo en alimentos, sufriendo la falta de agua, sanidad, sumido en el hacinamiento y completamente olvidado y condenado a la precariedad y a su buena suerte.
A cambio de explicaciones poco fundamentadas, completamente escuetas y casi inexistentes, nos encontramos con lo inesperado y en principio incongruente con las características de una realidad semejante, y a través del contacto con sus habitantes, obtuvimos sonrisas, asistencia a cada paso y una tremenda amabilidad que nos fue moviendo los cimientos más profundos de nuestras esperanzas y creencias, con este tipo de respuestas silenciosas y meramente actitudinales.
Caminando entre eventos únicos como la Capilla de San Antonio, el Fuerte de San Sebastián, el templo hindú y el mercado municipal, nos fuimos haciendo parte del paisaje isleño, para empezar a entender que los estados de ánimos y la felicidad muchas veces se fundan en criterios y estímulos olvidados por las sociedades occidentales. Y entonces nos animamos a entrar a los círculos más íntimos de las redes de vida de la isla. Llegamos hasta los pescadores que perpetuamente circundan los espacios costeros sacando a flote sus pequeñas embarcaciones en busca del principal alimento de la isla: pescados que las mujeres se encargan de disecar constantemente al sol; y también hicimos una recorrida hasta el fuerte de San Sebastián, para encontrarnos en el camino con quienes recogen calamares a las risotadas en los costados de las barreras coralinas, en donde además, nos introdujeron al espectáculo de estrellas de mar que todo lo adornaban y embellecen.
Nadamos con los niños en la infinidad de espacios disponibles alrededor de la isla, caminamos entre las casas de makuti observando a las muchas personas que hacen de la máquina de coser una forma de vida, paseamos por los distintos cementerios de las distintas culturas enterradas en la isla y terminamos nuestros días como muchos de sus habitantes: atentos a una de las puestas de sol más intensas y reconfortantes del mundo. Luego de esto, nos uníamos a alguno de los pocos televisores disponibles, en un evento de calle que congregaba a gran cantidad de habitantes: la novela de la tarde, una especie de ritual característico, que tenía lugar luego de la caída del sol. Comunión, lazos y alegría que no concordaban con las condiciones de vida de la isla, pero sí, con un gran despliegue de simpleza y humanidad.
En algún momento nos tocó partir, pero nos fuimos con la sensación de haber re descubierto un contraste fundamentado en los valores más olvidados muchas veces por nuestra propia cultura: esa sensación de compartir y vivir con lo que hay, aunque sea poco, aunque muchas veces “no alcance”, aunque las condiciones no sean las “ideales”, y mucho más aun, saber esbozar una sonrisa ante la adversidad y el olvido, saber continuar en esa clandestinidad arraigada a valores muy humanos que parecieran encontrarse en extinción.
Ilha de Mozambique fue una lección y una vuelta de tuerca a los preconceptos con los que llegamos y nos refrescó la memoria en el arte de como pensar una realidad y como recuperar en nuestros espíritus los principales valores de un mundo que muchas veces pareciera olvidado y enterrado. Esperamos que puedan disfruten de las imágenes, gracias por leer y hasta la próxima.
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