Hotel Alfonso XIII, relevo en el trono, el lujo con historia
En el mundo de la hostelería también hay lugares por los que corre sangre azul. El celebérrimo Alfonso XIII de Sevilla es uno de ellos. Ha sido residencia de reyes y morada de los más ilustres caballeros y de las más bellas damas. El pasado 31 de mayo reabrió sus puertas con una gran gala. Tuve el privilegio de asistir y comprobar, en primera persona, el resultado de la extraordinaria labor de restauración de esta joya de la corona de la hostelería internacional. Descubre conmigo cómo son las 48 horas de vértigo que se viven en un hotel de lujo antes de su reapertura.
Germán Jiménez es periodista y consultor para marcas de estilo de vida. Viajar es su gran pasión y el lugar más fácil para encontrarle es alguna de las terminales de Barajas. Un trotamundos en busca de placeres irrepetibles y experiencias que trasciendan el mero hecho de viajar para acumular millas. Colabora con las principales cabeceras de estilo de vida y está escribiendo una guía de viajes. En breve podrás seguir sus andanzas en su web.
Renovar una leyenda: un reto difícil
Sentado en el AVE que me lleva a Sevilla tengo tiempo, por fin, de bucear en la historia del hotel. Creado entre 1916 y 1928 por el arquitecto sevillano José Espiau y Muñoz tenía como objetivo hospedar a la realeza que asistiría a la Exposición Iberoamericana de 1929. Tras casi un siglo en funcionamiento el tiempo no perdona y, día de hoy, ya no valía un leve face lift. Había que ponerse manos a la obra seriamente. Para ello, los nuevos propietarios (The Luxury Collection Hotels & Resorts) decidieron no escatimar en gastos. 25 millones de dólares puestos al servicio de equipos como Demópolis y HBA Design quienes han contado con las sabias manos de Ars Nova, en el proceso de restauración. La meta común: devolver al Alfonso XIII el esplendor que tuvo en su día.
A la hora prevista, el coche de cortesía me recoge en la estación. Minutos más tarde enfila la céntrica calle de San Fernando. Las palmeras que rodean el hotel se mecen con calma. Son las seis y media, una hora muy taurina. El botones me abre la puerta y me saluda con ese inconfundible acento que, al igual que el cálido aire sevillano perfumado por las jacarandas, lo envuelve todo. Ya he llegado. Ya soy huésped del Alfonso XIII.
Primeras sensaciones
Al entrar en el hotel la realidad supera las expectativas creadas por las imágenes. Hago el check-in lo más rápido posible para perderme por el patio, por los inmensos corredores y las distintas terrazas del hotel. Siempre me ha gustado descubrir a solas los rincones de los hoteles que visito. Lo primero que me llama la atención es lo animado que está el patio central y las zonas que lo rodean. Es como una calle de Sevilla, pero intramuros. La gente conversa animadamente, cerveza y abanico en mano. Muchos de ellos son locales y por sus caras parecen encontrarse muy a gusto. Como si no les hubieran cambiado nada de “su” Alfonso XIII. Y es que aunque hay muebles, piezas y complementos que refrescan la imagen general del hotel, la esencia sigue intacta. Eso sí, recuperada: las lámparas brillan como nunca, los azulejos parecen recién horneados y las maderas nobles recién colocadas…
Con esta buena sensación me dirijo a los ascensores, piezas también originales y entre cuyas paredes Ava se retocaba antes de salir, Cantinflas se imitaba a sí mismo como ascensorista y don Juan Carlos, antes de ser Rey, charlaba amablemente con el no menos ilustre José Torezano, empleado del hotel desde los 14 años y una leyenda viva en Sevilla. Don Pepe vale mucho más por lo que calla que por lo que cuenta; lo descubro mientras paseo con él por el hotel y me cuenta mil y unas anécdotas. Todas ellas amables y con el mayor de los respetos. “No hay huésped malo en el Alfonso XIII”, me dice. Su vívido relato hace que la época dorada vuelva aunque sólo sea durante el tiempo que dura la charla con él. Tempus Fugit, qué le vamos a hacer.
Mi habitación, mi tesooro…
Si en las zonas comunes el ajetreo del personal pasaba desapercibido por la algarabía de huéspedes y visitantes, en las zonas más privadas se aprecia un cierto trajín. Son horas de mucha tensión y la plantilla al completo del hotel, más treinta empleados extra, trabajan a destajo. El gran día está a punto de llegar. Yo sigo mirándolo todo y descubriendo perspectivas insólitas. Decenas de técnicos trabajan en los tejados colocando focos, altavoces…
Entre unas cosas y otras llego a mi habitación. Abrir la puerta por primera vez es el momento clave para cualquier escritor de viajes. Muchas personas han colaborado para que ese momento sea inolvidable. Al abrirla, la luz de Sevilla entra a raudales dorando una paleta de color bien equilibrada y unos muebles a medio camino entre el diseño contemporáneo y el estilo castellano. Los toques moriscos, tan presentes en la cultura sevillana, se cuelan en las molduras y el baño, aportando un aire exótico al conjunto.
Me sorprende el gran tamaño de la habitación. Es cuando caigo en la cuenta de que dentro de ese inmenso hotel hay tan sólo 151 estancias. Definitivamente, el espacio es el lujo del siglo XXI.
Al poco tiempo de acomodarme dan las ocho y toca bajar a cenar (el horario internacional manda). Tras un paseo en calesa nos espera una deliciosa cena en Casa Pilatos. Entre plato y plato cae la noche sobre los centros de hortensias iluminados con velas, pero el calor se resiste a levantarse de la mesa. Durante nuestra estancia fuera, el personal del hotel se entrega meticulosamente al ensayo general del evento.
Poco antes de la media noche vuelvo al hotel. El aire, si acaso algo más fresco, ha sido tomado por la embriagadora esencia de la dama de noche. Tras probar uno de los cocktails del renovado Bar Americano, no pienso en otra cosa más que en disfrutar de mi cama. Ni más ni menos que una Luxury Collection Bed, ganadora de premios internacionales por su comodidad y ergonomía. Duermo a cuerpo de rey.
31.5.12, el día D
Llega la mañana del gran día. Desde que bajo al desayuno, un cierto aire marcial se ha apoderado de todo el personal. El equipo del hotel se releva para atender a los huéspedes y asistir a las reuniones donde los intendentes dan las últimas instrucciones. La calma de los que estamos allí hospedados sólo se ve alterada porque el ritmo sevillano se ha visto notablemente acelerado. Todo parece articulado al milímetro. Dos meses de trabajo previo, definiendo el estilo de la fiesta, la experiencia gastronómica y los espectáculos que se ofrecerán culminan en unas horas. No hay margen para la improvisación y, menos aún, para el error.
Según avanza el día el ejército de extras, cocineros, camareros, técnicos y directivos de la cadena gana terreno discretamente a los huéspedes hasta en el jardín, el escenario principal de la fiesta. Estoy a punto de encadenarme a una de las pocas hamacas que aún no se han retirado. No quiero ser expulso del edén. El jardín del hotel es un auténtico oasis en el ardiente corazón de Sevilla. Tras mis gafas de sol observo desde una prudente distancia todos lo movimientos. Un ir y venir incesante de personal con cañones de luz, altavoces XXL, pantallas, enormes centros de flores… El Alfonso XIII parece ahora el escenario de una gran estrella de rock. Eso sí, nadie suelta prenda sobre lo que está por llegar. Top Secret.
21:00 horas: comienza el espectáculo
Como no podía ser de otra manera, ante tal acontecimiento, los invitados llegan con sus mejores galas. La etiqueta es estricta: caballeros de smoking, señoras con vestido largo. Un servidor opta por smoking de Victorio & Lucchino y pajarita de Loewe, por aquello de hacer patria.
Frente a la escalinata de entrada la prensa se amontona para cubrir el evento. Dentro, un cuarteto de cuerda da la bienvenida a los invitados que acaban por superar los quinientos, entre autoridades, celebrities e ilustres locales.
La primera parte de la fiesta tiene lugar en el patio del hotel, engalanado para la ocasión y en el que se ofrece la actuación de dos cantantes de ópera. Con ellos cae el sol y se abre el jardín. Allí, más de treinta cocineros preparan sin descanso los mejores platos que se sirven en el hotel: desde el exquisito jamón de pata negra hasta piezas de inspiración japonesa.
Pero, para no perder el norte, a media noche y con la luna de fondo, un grupo flamenco se arranca a cantar y bailar dando lo mejor del folklore de la tierra en cada palmada, en cada taconeo. La fiesta dura hasta que el último invitado decide abandonar el salón real, última parada de la noche. Desde que comenzó el cocktail hasta este momento cincuenta camareros han servido más de trescientas botellas. Son altas horas de la madrugada, pero el hotel tiene que estar en perfecto estado de revista a primera hora de la mañana…
Restauracion 5*GL
Ha vuelto a salir el sol… Son las 9:30 am y estoy nadando en la piscina. Parece como si allí no hubiera pasado nada. Sólo queda la parte más pesada de los equipos por retirar; por lo demás, ¿quién podría decir que sólo unas horas antes 500 personas abarrotaban el jardín?
Me lo recuerdan más vivamente las páginas de los medios de comunicación que han dado buena cuenta del “evento del año en Sevilla”, como muchos coinciden en llamarlo. Las horas que me quedan hasta volver a Madrid las paso descubriendo el espectacular trabajo de restauración al que ha sido sometido el hotel.
Todas las piezas importantes han sido tratadas: pinturas, tapices, alfombras… Pero donde más tiempo y empeño se ha puesto ha sido en recuperar el Salón Real, una auténtica joya del estilo historicista andaluz. Lejos de realizar un trabajo de renovación, se ha hecho un trabajo de recuperación; sacando a la luz lo que la pátina de los años había ocultado: la policromía del techo, los potentes dorados de los rosetones, las pinturas del friso principal, la instalación de lámparas de araña en bronce y cristal de bohemia… Y, como curiosidad, un peculiar descubrimiento: las cabezas de los angelotes que pueblan el techo de la sala están adornadas con cintas tipo charleston. Por algo corrían los locos años 20 cuando se construía el hotel. ¡Larga vida al Alfonso XIII!
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