El paraíso está en Colombia
Que Colombia es uno de los países con mayor diversidad natural del mundo no es algo que deba descubriros ahora. Su privilegiada situación en zona tropical pero contando con una de las orografías más enrevesadas de nuestro planeta permite que en el país andino podamos encontrar paisajes de todo tipo, desde glaciares a más de cinco mil metros de altitud hasta desiertos agrestes pasando por zonas selváticas, bosque húmedo continental o playas vírgenes.
Como ya os contaba hace unos meses, Colombia ofrece al viajero amante de la naturaleza mucho más de lo esperado, mucho más de lo que las expectativas previas delimitan. Problemas como conflictos internos, el cambio climático o sobreexplotación selvática provocan que los prejuicios pesen más, en inicio, que todas las posibilidades que el país ofrece. Y es que, aparte de todo esto, en Colombia no saben vender bien todo lo que tienen para ofrecernos.
Mi último viaje ha tenido como destino uno de esos parajes que uno no esperaría encontrarse en Colombia. Y no porque geográficamente tuviese complicado ofrecerlo, sino porque, inconscientemente (y por torpeza de la administración del país), desde fuera lo asociamos siempre a otras banderas y no a la tricolor. El Parque Nacional Tayrona fue el destino, y ésta es mi experiencia.
Santa Marta, el inicio de la aventura
Como base de operaciones tomamos un hotel en la famosa playa El Rodadero, situada solo a 5 kilómetros de la capital del Departamento de Magdalena, Santa Marta. Conocida por ser la segunda ciudad más antigua de sudamérica y la más antigua de Colombia, es uno de los principales destinos turísticos del país por motivos obvios, y todo ello a pesar de que aún no han sabido explotar todo lo que la ciudad y su entorno es capaz de elegir.
Bañada por los ríos Guaira y Manzanares, Santa Marta se convierte en el obligado punto de partida para multitud de viajes en los que, el impresionante y variado entorno natural que ofrece, es el verdadero protagonista. Y es que a pesar de la importante historia que la ciudad posee, siendo entre otras cosas el último hogar del libertador Simón Bolívar, y de los atractivos que la bahía del mismo nombre ofrece, lo realmente interesante se encuentra en el exterior de la ciudad, más allá de las masificadas playas y de unos barrios humildes que en lo estético no se salen de la imagen que cualquiera de nosotros podemos tener de una ciudad caribeña.
Recordada por el resto de colombianos por ser la cuna de los dos mejores futbolistas que el país sudamericano ha dado al mundo, Carlos Alberto Valderrama y Radamel Falcao García, Santa Marta parece prepararse para un repentino proceso de modernización con vistas a acoger turismo de todo tipo, uniendo el alto standing al turismo en masa, y para ello se están desarrollando proyectos inmobiliarios orientados a satisfacer las necesidades del viajero amante del lujo y la tranquilidad sin tener que preocuparse por su seguridad. Y con esto continuarán aumentando las desigualdades en una de las ciudades más desiguales de Colombia, aunque éste no es el motivo de este post.
Rumbo a la Playa del Muerto, más conocida como Playa Cristal
Aproximadamente a unos 30 kilómetros al noreste de la ciudad de Santa Marta se encuentra la entrada al Parque Nacional Tayrona, enclave natural situado a orillas del Mar del Caribe extendiéndose hasta las faldas de las montañas que forman parte de la Sierra Nevada de Santa Marta (la cual contiene la montaña más alta del mundo que nace a nivel del mar), enclave que permite al parque contener una diversidad natural única, la cual va desde playas vírgenes de agua cristalina hasta bosque húmedo selvático pasando por parajes agrestes llenos de catus, y todo ello sin signos de civilización más allá de los visitantes del parque o de algunas de las tribus indígenas acogidas en el seno del parque.
Toda esta diversidad se despliega ante los ojos del visitante una vez comienza el recorrido por un sendero pedregoso que bordea las laderas de las montañas pertenecientes a la Sierra Nevada, sendero que serpentea con el único objetivo de llevarnos a la zona de playas, no sin antes enseñarnos peligrosos acantilados donde el mar golpea con una fuerza que impide el baño pero ofreciendo una sobrecogedora estampa.
Una hora de recorrido a pie por un sendero que insinúa pero no muestra lo que realmente nos espera (también podéis hacerlo a motor en una de las visitas organizadas al parque) acaba desembocando en la obligación de cambio de vehículo con el fin de poder acceder a la playa que será nuestro destino, Playa del Muerto, allá donde pasaríamos 2 días mágicos. Éste cambio se realiza en la ya estimulante playa Neguanje, conocida como la de las ‘Siete olas’ gracias a unas fuertes corrientes que la desaconsejan para el baño a pesar de poseer ya una imponente belleza que sirve de anticipo para lo que viene después.
Playa Cristal, un lugar para sentirse como Chuck Holland
Unos 10 minutos en lancha a motor nos separan de un destino que ya a lo lejos se antoja inolvidable. Bañada por un mar tranquilo y de un exhuberante verde o azul (dependiendo del ángulo con el que choquen los rayos del sol y del tipo de coral situado bajo las aguas), la Playa del Muerto se despliega ante nuestros ojos como un paraje perteneciente a otro tiempo y a otro mundo, desnudándose en su virginidad y abriéndose para recibir a un viajero inquieto por sumergirse en sus aguas cristalinas o caminar por su suave y delgada arena de blanco nacarado.
Utilizada en época precolombina por tribus que habitaban la zona para realizar rituales funerarios permitiendo que el mar se llevase el cuerpo de los fallecidos, Playa Cristal acoge al visitante con una majestuosidad y tranquilidad que parecen evidenciar la utilización ritual del paraje, obligando al mismo a despojarse de todo lo relacionado con la vida ‘civilizada’ y a aceptar que en una playa virgen como ésta la necesidad se convierte en virtud, una virtud que nos recuerda la necesidad de conservar nuestro entorno y la importancia de respetar el legado cultural de nuestros ancestros.
Fuera de la cobertura de las redes de comunicación, sin acceso a electricidad y otros servicios propios de la vida moderna, este impresionante enclave se convierte en el lugar perfecto para desconectar de los avatares y vicisitudes del trabajo, el estrés o la contaminación ambiental y acústica, abriéndose para nosotros posibilidades como la natación, el senderismo adentrándonos en la jungla que circunda la playa o el submarinismo visitando las barreras coralinas cercanas y nadando entre bancos de peces multicolores. Y evidentemente también se nos plantea la posibilidad de simplemente descansar, durante el día bajo una de las carpas que se ofrecen al visitante para resguardarse del imponente sol y durante la noche en una de las hamacas que se alquilan para que el viajero pueda dormir rodeado de vegetación y con la luna como vigilante de un reponedor descanso.
Dolorosa es la marcha de un lugar que te marca de por vida tanto por lo que aporta directamente como por el mensaje que ofrece al visitante. Reiterativos son los mensajes que nos piden que hagamos un esfuerzo por conservar nuestro planeta, pues de ello depende la supervivencia de lugares tan mágicos como Playa Cristal. Amar un lugar como el presente es sencillo, pero para su conservación muchos son los paradigmas que debemos cambiar, y ése, es el principal reto que como humanidad debemos afrontar durante el siglo XXI. Será duro, pero es una empresa maravillosa.
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