Cristiano Ronaldo, la dificultad de sentirse superior
Cuando Ronaldo y Kaká llegaron a Madrid, en el verano de 2009, hubo quien afirmó que el bueno del combo, el que habría de regalar tardes de gloria a la afición del Bernabéu, era el brasileño. Baste este detalle para evidenciar dos cosas: el anormalmente bajo rendimiento de Kaká (si fue realmente tan condenadamente bueno como creímos o si nos dejamos cegar un poco por los highlights de la Champions de 2007 es tema de debate para otro día) y cierta desconfianza hacia el portugués. Era un atleta fenomenal y un gran futbolista, claro, ¿pero realmente era un jugador para marcar una época en el Madrid? La respuesta hoy es tan evidente que la pregunta, puesta en negro sobre blanco, daña la vista.
A veces llegué a imaginar a Ronaldo como a ese repetidor que, en el patio del colegio, se siente tan superior, física y técnicamente, que se llega a aburrir. Se entretiene entonces en virguerías, para demostrar lo bueno que es, para lucirse ante el profe de gimnasia, ante sus compañeros, ante los mirones de 6ºB, ante Ana y Paqui, sentadas en el banco comiendo pipas. Sucede que el equipo del repetidor no siempre gana, sucede que no todos valoran su trabajo, y eso lo desconcierta.
Su momento actual es tan apabullante que hoy sería de necios discutir a Ronaldo, pero durante años tuvo que soportar las dudas, los murmullos, la sempiterna comparación, tan inevitable como injusta, con el crack de la otra acera, en la que siempre salía perdiendo: para Messi iban las alabanzas, los títulos y los premios, mientras en la cabeza de Ronaldo retumbaba la vieja copla: “yo soy la otra, la otra, y a nada tengo derecho”. A todo ello respondía levantando la barbilla e hinchando el pecho. Y metiendo goles. Muchos goles. Muchísimos goles. Y jugando al fútbol cada vez mejor.
Porque por el camino, todo sea dicho, Cristiano aprendió a jugar. Con los años aprendió a dominar los códigos y momentos del juego, aprendió a hacer en cada momento lo mejor para el equipo, olvidándose de adornos vacuos, aprendió a no desesperarse cuando las cosas no salen. Aprendió a armonizar físico, técnica y táctica. El CR7 de 2013 es una versión pulida de aquel CR9.
Si Ronaldo está a la altura de Messi, si está cerca del olimpo de Maradona y Di Stefano o su reino pertenece al de Zidane o Platini, si su talento está a la altura de su vanidad, si es el mejor futbolista que ha vestido de blanco desde Di Stefano, todas estas son incógnitas que la historia despejará. Mientras tanto, podemos enzarzarnos en discusiones estériles o podemos sentarnos a disfrutar de un futbolista irrepetible. Lo primero tiene su punto, pero lo segundo es mucho más gratificante.
Foto| realmadrid.com
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