Alan Kempster, porque rendirse no es una opción
Sobre dos ruedas he visto de todo, más aun cuando internet y las cámaras de vídeo dejaban que cualquiera pudiera grabar y compartir sus hazañas. De valientes está plagada la red, gente sin escrúpulos ni respeto alguno por el prójimo con un afán de protagonismo infinito. Sin embargo, de entre tanto pilotillo y adicto al “yo controlo” siempre sale a relucir una historia que excava en lo más hondo y devuelve la fe en la humanidad, de esas que te abren los ojos y motivan para levantarte hoy, y mañana, y cada día con más fuerza. Alan Kempster es uno de los mejores ejemplos que uno puede encontrar.
Maldita suerte
Alan no es campeón del mundo, ni de Superbikes ni de MotoGP. Tampoco es familia de un gran piloto ya retirado, no tiene un apellido que le abra puertas ni una cuenta bancaria que le solucione la vida. Es una persona más, un aficionado como tú o como yo. Un tipo que allá por 1990 vivía sin grandes preocupaciones en el sur de ese gran paraíso que es Australia.
Otro tipo, también muy común, decidió cierto día de aquel año que para pasárselo bien iba a necesitar beber unas cuantas cervezas o copas, lo que fuera más barato. Un camionero, con experiencia al volante y, sin duda, buen conocedor de las carreteras de la zona. Tambaleándose atizado por el alcohol consiguió subirse a su vehículo con destino a alguna parte.
Alan estuvo en el momento equivocado en el sitio menos idóneo. El camión chocó con la motocicleta como si de un insecto se tratara. Le lanzó varios metros en el aire y una vez en el suelo le pasó por encima. Aquel día de 1990 Alan se despertó sin las articulaciones del lado derecho, sin pierna, sin brazo. El triste conductor del camión se dio a la fuga.
Un golpe duro, una reacción más fuerte
El encontronazo acabaría con la esperanza de muchos, pero en su caso sirvió para sacar lo mejor de sí mismo. Como el invidente que explota el resto de sus sentidos. Los doctores podían haber amputado un saco de huesos y músculo ya inservibles pero la pasión por la velocidad y las dos ruedas seguían intactas en el interior. Herramienta en mano – en una – pudo adaptar su Kawasaki a las nuevas condiciones de su cuerpo concentrando todos los mandos en el lado izquierdo de la máquina: freno, embrague y acelerador en el puño y marchas y freno trasero en el estribo.
Sus primeros intentos de tomar partida en algunas de las competiciones regionales fueron en vano, los clubes y organizadores de las carreras jamás se habían enfrentado a alguien en estas condiciones. No tenían información que darle, ni conocían otro caso como el suyo que sirviera de referencia. Por si fuera poco podría ser un peligro en la pista y causar algún accidente.
Estaban un poco desconcertados mirando el manillar de la moto… así que saqué el mono de la bolsa, lo sostuve en el aire, me miraron y pensaron: ¡No puede ser!
Alan consiguió tomar partida en una de las pruebas organizadas comprobando, de paso, si de verdad podía pilotar y, de hacerlo, si sería de algún modo competitivo. Volvió a casa con el trofeo del primer lugar y la satisfacción personal de estar derrumbando unos muros construidos por los prejuicios de una sociedad incapaz de asumir cambios.
Sólo quiero decir, a aquel con una discapacidad, que si tienes un sueño o una pasión, tienes que seguirlos. Tú eres el que tiene que hacerlo realidad, nadie más lo hará por ti.
Su caso llamó la atención de Tetsuya Yamada, productor japonés que quiso acercar al mundo una historia de superación que ningún caso de dopaje pudiera destruir. De esa intención nació Left Side Story, un breve corto disponible en inglés, japonés y castellano que crece como la espuma y se comparte como las pipas.
Alan no está ni mucho menos sólo. Alrededor del mundo otros apasionados que por algún motivo han visto mermadas sus capacidades motrices han remado contra viento y marea para seguir disfrutando de un deporte único en su especie. Tanto si te encuentras en plenas facultades como si no, hoy deberías ser más fuerte que nunca y sacar el máximo provecho de cualesquiera sean tus recursos disponibles. No hay problema que acabe con los sueños.
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