Al volante de un Cadillac 62 Series Convertible de 1955
A lo largo de mi vida profesional, habré conducido unos 300 coches, pero ninguno como este. Es un Cadillac 62 Series Convertible de 1955, de cuando mi padre no había nacido. Por entonces era uno de los máximos exponentes del lujo en la carretera, fue miembro de una duradera saga.
Conocí a este Caddy gracias al hijo del dueño, que me puso en contacto con él. Hasta entonces, nunca había conducido un coche tan antiguo y con tanto encanto. Es todo un deleite para la vista y para el tacto, sus materiales lucen casi tan bien como cuando salió de la fábrica en los años 50.
Javier Costas estudió informática, pero vive, trabaja y respira por los coches. Desde que era un niño era un tema que le apasionaba, y ahora trabaja en Motorpasión y Motorpasión Futuro. Adicto confeso a las cuatro ruedas, acerca el automóvil a los que saben, no saben y creen que saben, de la misma forma que se lo diría a un amigo.
Un coche así supone una mentalidad al volante bien distinta. Ya no se trata de transportarse de un lado a otro, ni de experimentar altas prestaciones, se trata de disfrutar del mero hecho de la conducción, y de forma exquisita. Es como subirse a lomos de la historia del automóvil, viajar en el tiempo si me lo permitís.
Motor de ocho cilindros, seis litros, 250 caballos, frenos de tambor, casi dos toneladas, más consumo que un autobús urbano… si lo catalogamos con las medidas actuales, es absurdo. En su época no lo era. En nuestro país, solo la gente bien relacionada y con muchas pesetas en el bolsillo podía poseerlo.
A bordo de este Caddy pueden viajar seis personas. No tiene asientos, tiene dos sofás. No tiene maletero, tiene un remolque integrado en la carrocería. Es descapotable, y ojo, con capota accionable de forma eléctrica. Solo sé lo que es conducirlo sin ella, bastante tiempo he estado con la cabeza cubierta en un coche.
Acorde a su estatus de coche lujoso, está por encima de los demás en dimensiones: altura, longitud, anchura… De la misma forma que en un todoterreno miramos a los demás por encima, con este Cadillac pasa lo mismo. Se nota que somos los amos del asfalto, y eso la gente lo percibe cuando nos mira.
Viajando como en los años 50
Tenemos una suspensión muy cómoda, enfocada fundamentalmente a eso, por lo que el coche acusa en seguida cualquier giro en una rotonda o en las curvas. Quiere mimarnos, y lo hace lo mejor que puede. Dado que vamos todos sin cinturón de seguridad, a veces hay que apoyar las manos en la butaca para mantener la posición.
En su momento tampoco se pensó en él como un coche de aspiraciones deportivas, sino para conducir de forma relajada y agradable, sin prisas. Hoy día los coches de alta gama pueden conseguir lo inimaginable solo hace unos años. Pero un coche americano de los 50 es así, es un carácter genuino, como la Budweiser es a las cervezas.
Esta unidad que estuve conduciendo no tenía la caja de cambios en óptimas condiciones, por lo que fui lo más cuidadoso posible con él. Aceleré con calma y delicadeza, para que los cambios fuesen suaves y sin tirones. No sé si es evidente, pero hablamos de un coche automático. En Norteamérica eso era normal en aquellos años.
Conducir un clásico así requiere conducir no con dos ojos, sino con seis. Hay que estar vigilando constantemente el entorno porque no solo se trata de no hacerle ni un solo arañazo, compartimos un espacio en la carretera que a este coche se le puede quedar muy pequeño. Los retrovisores, algo hacen, pero lo suyo es girar la cabeza.
Sin duda es un privilegio poder llevar con tus propias manos un pedazo de historia, sentirnos como un acaudalado vividor del sueño americano en los años 50. Es el vivo testigo de una época que ya se ha terminado, la de la gasolina infinita y de menos valor que el agua. Cuánto hemos cambiado.
Disponía de elementos desconocidos en los coches españoles de la época, sobre todo considerando que lo normal en los 50 es que un español de clase media solo pudiese pagarse una moto. Elevalunas eléctricos, servofreno, radio AM, asientos de cuero, brillantes y excéntricos cromados por todas partes, ¡incluso aire acondicionado!
Al ser un coche tan grande, nos tenemos que anticipar a situaciones tan cotidianas como los giros en ciudad, porque es muy grande y maniobra despacio. La dirección es asistida, pero requiere casi las mismas reglas de cálculo que un camión, varias vueltas de volante para encajar el coche en una trayectoria. Tiene su encanto.
Por otra parte, como los frenos son bastante justitos, son cuatro tambores, es mejor no tener que llegar a usarlos, en una situación complicada no nos querríamos ver nunca implicados con un coche de esa época. Nos hemos acostumbrado a que el ABS y los frenos de disco consigan auténticos milagros que ya ni valoramos.
Aunque parezca que me meto con él por antiguo, la sensación de ir sentado en semejante asiento, cogiendo tan ostentoso volante y recibiendo las caricias del viento en mi rostro y mi cabello, es algo mágico. Se comprende cuando se vive. Es algo especial, es otra mentalidad al volante, la simple felicidad por estar conduciendo.
Un coche así es un tesoro, no solo por su reducido número, sino por su estado de conservación. Más de 50 años en un coche es mucho tiempo, nos sorprendería lo sumamente erosionador que resulta ser el tiempo en los múltiples elementos que componen el vehículo.
Aunque la restauración sea absolutamente exhaustiva, tanto tiempo no pasa en balde, y no puede permitirse las mismas alegrías que cuando era joven y los Beatles todavía eran unos desconocidos. Pero muchos darían lo que fuese por poder rememorar en su piel momentos el volante de un Caddy parecidos a los de sus antiguos propietarios.
Por cierto, a modo de anécdota, sentí mis posaderas en el mismo asiento que Bono de U2. Este coche, concretamente este mismo, se utilizó por la popular banda para la revista The Sunday Times Magazine para un reportaje del número del 7 noviembre 2004.
En 1001 Experiencias | Cinco coches que se han convertido en mitos
En 1001 Experiencias | De Barcelona a Mongolia en 22 días y 11.111 kilómetros
COMENTARIOS
4