Asimov no sabía procrastinar
El noble arte de la procrastinación consiste en postergar lo que debemos hacer para un poquito más adelante, y luego volver a hacerlo, y de nuevo. La procrastinación es una de las miles de caras de la vagancia. Y el célebre escritor de ciencia ficción y divulgador científico Isaac Asimov (EEUU, 1920-1992) era un hombre incapaz de hacerlo.
De hecho, Asimov se considera uno de los autores más adictos a su trabajo de la historia de la literatura, lo que se tradujo en una bibliografía amplia, variada e incansable.
De media, Asimov escribía doce horas al día, a razón de noventa palabras por minuto. Casi nunca se tomaba vacaciones. Y tampoco conocía lo que era el bloqueo del escritor. Además de escribir muy rápido, era reacio a corregir, lo que condujo a que su prosa fuera sencilla, directa, sin florituras… meros flujos de información tanto ensayística como de ficción.
Entre libros de divulgación y ciencia ficción, Asimov concibió más de quinientos volúmenes. Su capacidad de concentración era tan robótica como los robots asimovianos que describía en sus obras, hasta el punto de que el propio Asimov aseguraba que no se desconcentraría siquiera aunque se celebrara una orgía en su despacho. Tal y como añade Ana Andreu Baquero en su libro Lo que Robinson Crusoe le contó a Lolita:
Cuando una entrevistadora televisiva le preguntó qué haría si supiera que sólo le quedaban seis meses de vida, éste contestó, “escribir más rápido”.
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