Experiencias extremas

¿2D o 3D?, esa es la cuestión

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Un debate que ha generado no pocas encendidas discusiones entre sus detractores y sus acérrimos defensores, la cuestión de si el cine en 3D tiene o no futuro o se trata de nuevo de una moda pasajera como la que “azotara” al séptimo arte allá a principios de los años cincuenta —el período de tres años desde 1952 a 1954 es considerado como la edad de oro del cine en tres dimensiones— se pone de relieve a cada nuevo estreno que nos llega en el formato que James Cameron revolucionara hace ya casi cuatro años con su ‘Avatar’ (id, 2009) y que hace unos días volvía a ser noticia con el estreno de esa obra maestra del séptimo arte que ha resultado ser ‘Gravity’ de Alfonso Cuarón.

Habiendo dejado atrás hace mucho tiempo las icónicas gafas azules y rojas que tanta popularidad llegaron a alcanzar, y con las actuales de luz polarizada como el estándar que encontramos en cualquier cine que proyecte en Real3D, mucho se ha hablado de la validez de una tecnología que ha sido defendida a capa y espada por Cameron como “el futuro del cine y la forma en la que terminarán rodándose todas las películas”, pero a la que el actual proceso de recesión económica mundial ha puesto en entredicho debido a que la costosa utilización de los equipos necesarios para rodar una producción en tres dimensiones, y la elevada repercusión que tiene en las entradas de cine para hacerlas rentables, están muy lejos de justificar su uso.

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Y si esto último se podría entrecomillar a la hora de hablar de aquellas producciones rodadas ex-profeso en tres dimensiones que usan la técnica como un complemento narrativo más —igual que la fotografía o la música por ejemplo—, no hay excusa que uno pueda aducir cuando se trata de defender el mercantilismo demostrado por la práctica totalidad de las majors a la hora de sobreexplotar las proyecciones en 3D con conversiones efectuadas sobre cintas filmadas en dos dimensiones que, huelga decirlo, no están pensadas para ser visionadas con las dichosas gafas.

Muchos son los ejemplos que podríamos poner aquí de esta segunda y execrable vertiente a la que Hollywood se ha adherido con fuerza —aunque uno de los más esperpénticos fue el que suponía el olvidable remake de ‘Furia de titanes’ (‘Clash of Titans’, Louis Leterrier, 2010)— y contados con tres dedos de la mano los que realmente han supuesto un paso más allá en el uso de la tercera dimensión, jugando con las muchas posibilidades que la técnica permite para beneficio de la historia, a saber: la citada ‘Avatar’, la primera parte de la trilogía de ‘El Hobbit’ de Peter Jackson —que al uso del 3D añadía el venir rodada a 48 fotogramas por segundo, el doble de velocidad habitual— y, por supuesto, ‘Gravity’, que da un nuevo sentido a la sensaciones que puede transmitir la tecnología y abre una puerta a un mañana que, a día de hoy, sigue siendo completamente incierto.

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