Woody Allen, no te vayas nunca
El próximo mes de noviembre, en un prodigioso movimiento por parte de su distribuidora —sólo espera tres meses tras su estreno estadounidense, todo un milagro—, se estrena la nueva película de Woody Allen, ‘Blue Jasmine’, protagonizada por Cate Blanchett y que ha recibido las que probablemente sean las mejores críticas que se ha llevado el director en años. Aunque algunos, quizá demasiados, parecen haberse cansado de Allen, yo casi no puedo esperar a la nueva entrega del genio de un realizador que desde 1968 nos ha ofrecido una película anual, y en algunas ocasiones hasta dos. ¿Qué director en la actualidad —en el mal llamado cine clásico esa forma de trabajo era algo más corriente— puede presumir de mantener ese ritmo durante tantas décadas?
Recuerdo que empecé a ver películas de Woody Allen allá por los años 80, compaginando sus primeras comedias —nunca fui santo de devoción de ‘Toma el dinero y corre’ (‘Take the Money and Run’, 1969), para mí un aburrimiento soberano—, en las que no faltaba su mirada crítica a veces demasiado simple a veces perfectamente hiriente, con sus dramas. ‘Annie Hall’ (id, 1977), el film por el que ganó un Oscar que no fue a recoger por estar ocupado con su otra pasión, la música, es una radiografía sin piedad sobre las relaciones amorosas. La hábil mezcla de comedia y drama pocas veces ha tenido tanta armonía en su cine. Con ‘Interiores’ (‘Interiors’, 1978) se vuelve terriblemente serio y nos descubre una nueva faceta mientras homenajea a su admirado Ingmar Bergman, probablemente la influencia más clara en su cine.
Tras la impresionante ‘Manhattan’ (id, 1979), después de varias risas y llantos entremezclados con sabiduría y buen humor, llega la que para un servidor es la cota más alta alcanzada en el cine por Woody Allen, ‘La rosa púrpura del Cairo’ (‘The Purple Rose of Cairo’, 1985), un canto a la relación entre séptimo arte y vida realizando el ejercicio más enriquecedor que existe en el cine, y por ende en el arte en general: a través de una fábula llegar a la verdad. Sólo por esa película Allen tiene mi respeto y amor eterno. La cinefilia como McGuffin para narrar algo grande. Tras ella y hasta final de milenio, el director de New York sigue cosechando éxitos y buenas críticas, realizando obras enormes —‘Delitos y faltas’ (‘Crimes and Misdemeanors’, 1989) o ‘Desmontando a Harry’ (‘Desconstructing Harry’, 1997)— y también films muy flojos —‘Otra mujer’ (‘Another Woman’, 1988) o ‘Sombras y niebla’ (‘Shadows and Fog, 1991)—, pero contra viento y marea, y con millones de personas queriendo ver sólo chorradas con efectos visuales, Allen no falta a su cita.
Con el principio del nuevo milenio Allen empieza a tener problemas de distribución. Dreamworks llega a un acuerdo para distribuir sus trabajos pero los resultados económicos son poco menos que desastrosos. Poco importa que estrene películas tan divertidas como ‘Un final made in Hollywood’ (‘Hollywood Ending’, 2002), al público parece no interesarle más Allen. Afortunadamente en España seguimos mostrando interés, al fin y al cabo hablamos de un gran director, y películas como ‘Match Point’ (id, 2005) lo demuestran con creces. Con la productora Mediapro llega a un acuerdo que aún continua. A pesar de ese enorme bodrio titulado ‘Vicky Cristina Barcelona’ (id, 2008) —probablemente el peor trabajo de su director, intento fallido de acercarse a Eric Rohmer—, Allen demuestra volver a estar en plena forma pero con el plus que da la experiencia adquirida.
El metalenguaje, muchas veces presente en su cine, cobra mayor dimensión que nunca en sus últimos trabajos. ‘Si la cosa funciona’ (‘Whatever Works’, 2009), ‘Midnight in Paris’ (id, 2011) —que le reporta un Oscar al mejor guión original— y ‘A Roma con amor’ (‘To Rome With Love’, 2012) son tres perlas con las que el director examina su propio cine y pasado, completando con alguna de ellas un periplo emocional y físico por ciudades alejadas de su amada New York. Demuestra así que las historias entre personas se repiten en diversos lugares del mundo, todos con sus costumbres y maravillosa particularidades, ambientes perfectos para la mano de Allen. Y que dure.
Una osada comparación final: A Woody Allen le pasa lo mismo que a Charles Chaplin, su sensibilidad como director es muy superior a sus cualidades como actor.
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