Montgomery Clift, la sonrisa del perdedor
No es ninguna leyenda urbana: él mismo lo reconoció en su biografía. Burt Lancaster confesó que el momento más terrorífico de toda su carrera fue, cuando rodando ‘De aquí a la eternidad’, trabajó por vez primera con Montgomery Clift. Así es. Ni acrobacias, ni escenas de riesgo o diálogos eternos. La única vez que tuve miedo como actor, decía, fue en esa escena. Y era mía. Yo era un sargento y le daba órdenes. Él era solo un soldado. Cuando empezamos a filmar mis rodillas me fallaron. Estaba temblando. Me daba miedo pensar que alguien podía notarlo y cortar la toma pero lo que me aterraba de verdad era saber que se me comía en pantalla sin hacer nada.
Ahí es nada. Hacerle temblar las piernas a uno de los mejores saltimbanquis que ha brincado en Hollywood. Y es que Burt Lancaster estaba en lo cierto: Montgomery Clift se comía la pantalla. La devoraba, atrapaba al espectador con su capacidad para hacer evidente el sufrimiento, la tortura que vivía su personaje. Lo malo del caso es que, tratándose como se trataba de uno de los grandes del método, ese dolor era, muchas veces, real. Tan real como comprobar que, hoy, Clift sea, quizás, el menos valorado de los actores de su quinta cuando, paradojicamente –o puede que no tanto– fue el más respetado, admirado (y en el caso de Lancaster, temido) de su generación. Elizabeth Taylor, con la que trabajó en cuatro ocasiones, lo adoraba. James Dean decía que su propósito como actor era encontrar una tercera vía, una en la que la rabia salvaje de Marlon Brando conviviese con la sensación de desamparo y necesidad de protección que despertaba Monty. Incluso en alguien tan desprotegida e insegura como Marilyn Monroe, que comentaba que sin importar como estuviera ella, siempre sabía que Monty iba a estar peor.
Extraño, ¿no? Más si tenemos en cuenta que no es que su talento no fuera reconocido. Clift es uno de los pocos actores –el resto se cuentan con los dedos de una mano– en ser nominados al Oscar por su primer papel. Fue en 1948 por ‘Los ángeles perdidos’, a la que siguieron tres más (‘Un lugar en el sol’, ‘De aquí a la eternidad’ y ‘¿Vencedores o vencidos?’). Vale, no ganó nunca pero ¿quién necesita un premio cuando se tiene esa mirada? Monty era una rara avis en Hollywood: un actorazo con el rostro de un galán. Una combinación ganadora que, desaparecido James Dean y con Paul Newman aún por cuajar, esos días solo tenía Marlon Brando. Hasta una noche.
La noche del 12 de abril de 1956 Monty sufrió un accidente de coche en el que casi pierde la vida y cuyas secuelas sufriría hasta su muerte. Saliendo de una fiesta de casa de Liz Taylor, Clift, que hacía años que no conducía, perdió el control de su coche y chocó contra un poste. Su rostro quedó desfigurado y medio paralizado; su alma, rota. Tormentado por un sinfín de operaciones incapaces de reconstruir su cara, enganchado a los calmantes y siempre con la botella en la mano, Clift pasó de ser el perfecto inconformista a encerrarse en su dolor. Y fue entonces cuando Brando acudió a su rescate.
Curiosamente, los dos habían nacido en la misma ciudad, en Omaha (Nebraska). Y los dos tenían un singular sentido de la rivalidad: el trabajo del resto de actores no les interesaba lo más mínimo… pero no podían dejar de comparar los suyos. Admiración, respeto, sí, pero también una feroz competitividad. Pese a eso, no eran amigos ni frecuentaban los mismos círculos ni locales en Hollywood. Por eso sorprende más que, cuando Monty llevaba ya meses encerrado en su casa, sin salir, trabajar o dejar que nadie le viera, Brando, aprovechando un descanso en un rodaje, le hiciera una visita. Fue un encuentro breve en el que, como contó Clift después, solo habló Brando. ¿Qué le dijo Brando a Monty? Él recuerda algo así:
Mira, soy lo que soy gracias a ti. Porque quiero ser mejor que tú. Porque cada vez que te veo actuar pienso que tengo que ir más allá, que ser mejor. Porque si hago algo bien sé que tú lo haras mejor aún. Y te necesito. Necesito saber que sigues ahí, ganándome cuando creo que tengo las mejores cartas. Así que deja ya de beber, de tomar pastillas o lo que sea que tomes y vuelve a trabajar. Porque si tú no actúas no sé qué demonios tengo que hacer.
Un (breve) encuentro que dejó más roto si cabe a Clift pero que le dio las fuerzas necesarias para volver a actuar, aunque solo fueran siete años más… tiempo más que suficiente para rodar clásicos como ‘Vidas rebledes’, a la que volveremos más tarde o temprano, y demostrar que, los perdedores, también ganan.
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