Keith Richards, de niño mimado y tímido a teddy boy
Un joven tímido del matrimonio Richards. Un joven de raíces galesas y puritanas. Un joven con la guerra en casa y con los grandes clásicos del Blues haciendo contacto con la aguja de su tocadiscos. Las bombas de la II Guerra Mundial alcanzaron su casa de Dartford y a su padre le amputaron una pierna al ser herido. Aunque en la vida de Keith Richards su madre, Doris Dupree Richards, fue quien más influencia tuvo. Ella y sus hermanas. Keith Richards creció rodeado de mujeres. Más tarde continuaría la historia.
El joven Richards creció con Billy Eckstine, Ella Fitzgerald, Billie Holliday o Duke Ellington, aunque lo que él quería era parecerse a Roy Rogers, famoso actor por sus papeles de vaquero, además de cantante y guitarrista, detalle que ya vincularía dicho instrumento desde joven al deseo de Richards. Al poco conocería a su vecino Mick Jagger, aunque aún quedaba mucho por hablar de los Rolling Stones.
De niño introvertido a estrella rock
Lejos queda el icono de viejo rockero, de rebelde sin causa y de vividor extremo. En su infancia Keith Richards fue todo lo contrario. Frente al aparente desparpajo actual, que tampoco es tal, el niño de Dartford se mantuvo alejado de la algarabía de dicha edad. Lo suyo eran las faldas de su madre y el cobijo de una familia muy materna.
Odiaba el fútbol hasta tal punto de huir cuando le lanzaban una pelota, lo cual era sinónimo de burlas con sus compañeros, las cuales se incrementarían años más tarde cuando su familia se trasladó en 1955 a un barrio de bien, la urbanización Temple Hill, una zona acomodada que no era la favorita de sus compañeros de colegio. Los ataques hacia el tímido Richards fueron incrementándose, incluyendo en ellos más que burlas. El contacto físico era una pesadilla para el aquel niño de uniforme. Ni siquiera encontró sitio en los boy scouts.
Tenía claro que lo suyo no era el colegio. No ya por el asfixiante ambiente que le rodeaba, sino porque era nefasto a la hora de estudiar. A excepción de historia, inglés, dibujo y pintura, el resto de materias eran un suplicio para aquel niño que quería ser un vaquero guitarrista.
Keith Richards había salido contrario al colegio y al deporte, por lo que el trabajo tendría que ser otra de sus opciones para aprovechar su tiempo. Pues no, ni siquiera el trabajar era de su agrado. Con lo único que disfrutaba era con un disco de buena música que pusiese su madre y con su primer vicio: el tabaco.
La guitarra sobre la que se sentaba Keith
El coro de la escuela, al que se apuntó a los 13 años por sugerencia de su madre que le decía que aprovechase su voz, y su abuelo Gus Dupree fueron sus primeros contactos con el mundo de la música. Keith Richards le debe gran parte a su abuelo pastelero con una banda de baile ya que gracias a él comenzó a probar qué era aquello de las seis cuerdas, pese a que más tarde la reduciría a cinco.
‘La Malagueña’ fue el primer tema que conoció y al poco ya tenía una guitarra en sus manos, la cual se limitaba a observar, tocar alguna cuerda y hasta sentarse encima sin más. Su primera guitarra fue una acústica que le compraron por 7 libras, nada que ver con su colección actual de más de 1.000 guitarras.
Adiós al colegio, hola a Mick Jagger
En 1970 su escasa disciplina y pasión por el colegio le llevaron a dejarlo ya que solía ausentarse de forma habitual. En aquella época Keith Richards ya se había convertido en un teddy boy apasionado por la música. Este cambio le llevó a dar un paso más hacia lo que hoy en día le conocemos ya que su salida del colegio supuso su entrada al Sidcup Art School para estudiar publicidad y allí conocería a Mick Jagger y a Dick Taylor. Serían los Little Boy Blue and the Blue Boys.
El inicio de los Rolling estaba aún lejano, antes tendrían que conocer a Alexis Corner, hablar más de Blues, tocar y tocar, y sobre todo, conocer a Brian Jones.
En 1001 Experiencias | La cocina como experiencia con David Muñoz de Diverxo
En 1001 Experiencias | Éric Cantona, futbolista de alma inquieta
COMENTARIOS
1