Fascinación por el mal: Peter Lorre en ‘M, el vampiro de Düsseldorf’
En esta serie no oficial sobre el mal en el cine y la fascinación que produce en el espectador, es justo y necesario hablar del rol interpretado por Peter Lorre en la inmensa ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ (‘M’, Fritz Lang, 1931), cuyo personaje ha servido de inspiración y modelo a infinidad de psicópatas cinematográficos posteriores. La primera película sonora de Fritz Lang —también lo fue del cine europeo— jugó en su argumento con los escalofriantes asesinatos cometidos a finales de los años 20 por un psicópata que tuvo en jaque a la policía, que incluso llegó a requerir de la ayuda de la red criminal para atraparlo, algo que queda reflejado en el film aunque este sea una ficción sobre dicho hecho.
El guión escrito a cuatro manos por el propio Lang y su esposa por aquel entonces, Thea von Harbou, narra los terribles hechos del asesino de niñas —Hans Beckert—, cómo la policía y los gángsters se desesperan porque los primeros no consiguen atraparlo, y los segundos están hartos de las redadas policiales que afectan a sus negocios ilegales. Y por último, cómo el mundo del hampa deciden tomar cartas en el asunto atrapando al criminal y sometiéndolo a un terrible juicio realizado por ellos mismos. Todo ello en 105 minutos de duración, dando como resultado una de las obras maestras de su director, ejemplo perfecto de narración cinematográfica en el difícil momento de transición que estaba atravesando el séptimo arte debido a la incursión del sonoro.
La película es vista por muchos como un anticipo de lo que sería el nazismo en los años siguientes, de hecho a Lang no le dejaron utilizar el título “El asesino está entre nosotros” por ser demasiado explícito en intenciones. Aún así, el propio realizador advierte que ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ no es en realidad un film anti-nazi —de eso llegarían magistrales muestras en la década de los 40 y ya en suelo estadounidense— sino una película en contra de la pena de muerte, algo que queda muy claro en las escalofriantes escenas finales cuando tienen al asesino acorralado y este confiesa los crímenes que no pudo evitar cometer debido a su enfermedad. En cualquier caso el film funciona de las dos formas, aunque contradiciendo un poco a Lang, su visión del caótico mundo de entonces es más que evidente, mucho más que el alegato contra la pena capital.
Sea como fuere, ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ destaca por una puesta en escena soberbia que no sólo experimenta —ese ejercicio que algunos iluminados dicen no se puede efectuar en el arte— con el incipiente sonido que estaba haciendo las delicias del público aquellos años —es enormemente popular la melodía que el asesino silba de vez en cuando, el famoso tema de la obra Peer Gynt de Edvard Crieg—, sino también con la planificación, el montaje y la dirección artística. Es lógico citar la secuencia que va alternando los planes de la policía y la mafia para dar caza al asesino, transmitiendo una atmósfera opresiva con tan sólo unos diálogos rápidos y la presencia constante, asfixiante, del humo de tabaco. También toda la parte de la captura del asesino, prodigio de ritmo; y cómo no, ese juicio final, cuyo inicio comienza con una impactante panorámica de la gente dispuesta a ser jurado y ejecutor.
Pero lo que más nos interesa en este especial sobre el mal en el cine, es indudablemente la figura del asesino, que para sorpresa del respetable no aparece en pantalla ni un tercio del film y sin embargo dicho personaje parece estar presente durante todo el film, sus crímenes están narrados en of —atención al impresionante inicio del film con el asesinato de una niña— y en torno a su figura suceden todos los hechos del film. La maldad proveniente de una persona normal y corriente en apariencia, hace volar nuestra imaginación hacia sitios prohibidos, y el ver, experimentar, sentir, la portentosa interpretación de Peter Lorre, termina por perturbarnos aún más. A raíz de este papel la fama de Lorre se disparó, con una filmografía espectacular y un poco encasillado en personajes extraños.
Es deslumbrante la capacidad del actor para parecer alguien sencillo, que podría ser tranquilamente nuestro vecino, y acto seguido, sin caer jamás en la exageración, cambiar a un rostro de alguien demente incapaz de reprimir sus deseos de matar cuando ve a una niña. Escenas como aquella en la que se observa ante un espejo, o el tramo final del juicio en el que implora por su vida confesándose un enfermo que no puede evitar lo que hace, logran que uno quede atrapado por un personaje al que somos capaces de odiar y compadecer al mismo tiempo.
Han pasado 61 años desde la realización de ‘M, el vampiro de Düssseldorf’ y no ha perdido ni un ápice de su fuerza, estando si cabe más de actualidad en estos tiempos. El sentido de la justicia y la venganza, que tanto gustaba a Lang, y ese retrato de la maldad humana, aún nos cautivan. Y lo seguirá haciendo.
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