Cantad, cantad… Miserables
Wait a minute! Wait a minute! You ain’t heard nothing yet. Cuando un Al Jonson, embadurnado en betún lanzó esta advertencia al público que, el 6 de octubre de 1927, llenaba el cine bandera de Warner Bros. en el Times Square para ver la primera proyección de ‘El Cantor de Jazz’ (Alan Croslad, 1927), la gente enloqueció. El cine nunca había sido mudo pero es que, desde ese momento, sería el altavoz rugiente de unas canciones, bailes y melodías que llegarían a todo el mundo. El musical encontró su paraíso.
La irrupción del sonoro cambió de arriba abajo el cine. Fue una revolución tecnológica, una renovación industrial y un relanzamiento comercial que, anticipándose al crack del 29, consolidó el cine de Hollywood como la forma preferida universal de entretenimiento. Pero, más allá de reflexiones y argumentaciones histórico-teóricas, con el sonoro alcanzó la plenitud uno de los ases del Hollywood de Oro: el musical. No conozco género canónico que genere tales rechazos o adhesiones. O se adora o se odia. No hay lugar para grises, para indefiniciones. Y eso mismo es lo que sucede con el último gran musical que ha llegado a nuestras pantallas, la versión del montaje teatral de ‘Los Miserables’ que ha dirigido Tom Hooper. O te enamora o te ataca.
Sorprenden la cantidad de coincidencias entre hoy y el día del estreno de ‘El Cantor de Jazz’. Incluso con los agitados momentos que retrata Victor Hugo en su novela. Más allá de las crisis adivinadas o plenamente confirmadas, de la necesidad de reformular instituciones o de apostarlo todo en el cambio tecnológico (el 3D real, la proyección digital o los 48 frames por segundo de Peter Jackson y ‘El Hobbit’ son el todo o nada de un Hollywood que parece confiarlo todo a esta jugada). Pero, permitidme que me lleve el hilo del discurso a lo que realmente me interesa, lo que de verdad me sorprendió fue la poca memoria de muchos cuando se anunció el cast masculino de ‘Los Miserables’: Hugh Jackman y Russell Crowe. ¿Lobezno y Gladiator cantando? Pues sí. Y mucho.
Nos lo contaba hace unos meses Hugh Jackman: Australia es un mercado pequeño, decía. Y no puedes especializarte. Tienes que hacer de todo, no puedes permitirte el lujo de cerrarte puertas. ¿Toca una comedia? Pues claro que puedo hacerlo. ¿Un drama? Por descontado. ¿Un musical? No solo canto, también bailo. Ese, decía, era el secreto de la buena fortuna de los actores australianos de las últimas dos décadas. Antes de Mel Gibson sólo Errol Flynn y George Lazenby habían conseguido hacerse un hueco. Hoy la lista suma nombres año tras año: Chris y Liam Hemsworth, Sam Worthington, Eric Bana, Heath Ledger, Joel Edgerton, los televisivos Alex O’Loughlin y Simon Baker… Hollywood busca a sus hombres en Australia, son los chicos de Oz…
Precisamente éste musical, un montaje que lleva a las tablas la vida del cantante australiano Peter Allen, fue uno de los grandes éxitos de Jackman en Broadway, unos escenarios que pisó cuando ya era una estrella en el cine y un primera espada –o mejor, primera escopeta– del West End de Londres, dónde aterrizó desde Australia en 1998 para protagonizar ‘Oklahoma’.
Aunque cuando se descubrió ante el mundo como un showman, bailarín y cantante fue cuando presentó la gala de los Oscar de 2009: una sorpresa mayúscula para todos aquellos que conocían sólo su faceta blockbuster. Lobezno sacó las garras, sí, pero con un número de apertura de rompe y rasga, uno de los puntos más álgidos de la historia reciente de los premios de la Academia… y la primera prueba que él y Anne Hathaway tenían una química especial.
Jackman podía ser Jean Valjean pero, ¿Russell Crowe tenía lo que hacía falta para ser Javert? Pues sí. Exactamente lo mismo. El primero tuvo que pasar por una exigente prueba de cásting para demostrar que podía enfrentarse al reto de cantar frente a la cámara –algo que ya había demostrado en los escenarios–, ¿Cuántas pruebas debería superar Russell Crowe, alguien que nunca había protagonizado un musical a la vieja usanza? ¿Dije nunca? Ese es el problema de la memoria… Crowe sí tiene un par de musicales en su currículum. Y su debut no puede tener más pedigrí. Crowe fue el Dr. Scott y Eddie en una gira por Nueva Zelanda del montaje que dirigió su descubridor, Daniel Abineri.
Crowe, además, forma parte de ese grupo de estrellas del cine que decide que también tiene cosas que decir con una guitarra y un micrófono. Ya desde sus inicios Crowe ha compaginado los bolos de sus grupos con sus películas. Puede que no llegue al extremo de Kevin Costner, que escoge sus films dependiendo de si se ruedan en ciudades en las que puede programar un concierto con su banda, pero Crowe aprovecha cualquier hueco en su plan de trabajo para subirse a un escenario y arrancarse a cantar. Y si es acompañado por gigantes como Patti Smith y su colega Alan Doyle –al que se llevó al rodaje de ‘Robin Hood’–, mejor. Y eso es lo que hizo en Islandia este verano en un parón en la producción de ‘Noah’, lo nuevo de Darren Aronofski.
Nada. Que desde hoy mismo los tenemos en los cines, un duelo de voces (que no de egos, o eso mismo se hartan de decir ellos mismos) en un musical que no deja indiferente a nadie. ¿Lo mejor? Apuntarse a la revolución y decidir por nosotros mismos. ‘Los Miserables’, después de triunfar en los teatros de todo el mundo, son el plato fuerte de estas Navidades. Y felices fiestas.
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