Experiencias extremas

Stunt Riding, criminales, macarras y padres de familia

“Tienes un contrato, responsabilidades, una familia que cuenta contigo para cuidar de ellos… como en cualquier otro trabajo. Ya no consiste en hacer caballitos por la autopista, no se trata de eso. Nosotros montamos en moto saliéndonos de la norma.”

En el centro y norte de Europa tenemos los deportes invierno, en los países latinos el fútbol, en Reino Unido el rugby… y en Estados Unidos una masa deforme de aficiones y aficionados que lucha a diario por encontrar su sitio en el cada vez más competitivo y profesionalizado mundo de los deportes extremos. Allí, entre las barras rojiblancas de orgullosas banderas y las grisáceas de celdas mugrientas ha crecido una rama del motociclismo de estilo libre. Incluso después de su establecimiento oficial como deporte ha causado accidentes, heridos, sacado de quicio a la autoridad y mandado a un buen puñado de valientes a la cárcel. Eso es, o era, Stunt Riding.

Especialistas de cine y héroes acróbatas, el origen

El mundo de los acróbatas montados en moto creció de forma paralela al desarrollo de la tecnología y a la llegada de nuevos avances que hicieran posible, año tras año, superar los límites establecidos.

Hace décadas, durante y después de la Segunda Guerra Mundial las motos que salían de las fábricas contenían un pellizco de esencia de motociclismo. BSA, BMW, Triumph o Norton eran las máquinas preferidas por una generación de jóvenes con ganas de vivir, y dejar vivir. En América Harley-Davidson campaba a sus anchas disfrutando de una posición inigualable para la creación de cualquier tipo de motocicleta.

Como pasó en el ciclismo, un producto creado y evolucionado para el asfalto acabó dando el salto, literalmente, al barro. Igualmente divertido pero exigiendo una velocidad menor y, por tanto, corriendo menos riesgos.

Ese inocente movimiento hacia los caminos alejados del asfalto fue la chispa de los años dorados del Motocross, durante los 70 y 80. Con ello llegó también la certeza de poder montar en moto de forma distinta a la esperada, poder destacar, ser único y hacer cosas que otros no son capaces. En otras palabras, nació el Freestyle y la figura del especialista.

Las fábricas se adaptaron a la afición y sus usuarios aprovecharon el momento para convertirse en iconos como Evil Knievel. Especialista, acróbata o loco sobre dos ruedas, una figura que servía para representar la actitud estadounidense: perseguir los retos hasta sus máximas consecuencias.

Estilo libre sobre asfalto

En asfalto los que sentían la necesidad de mostrar sus habilidades y sus trucos nunca terminaron de encontrar su hueco más allá de las escenas de acción de las películas de James Bond.

Hasta finales de la década de los noventa. A punto de estrenar el nuevo milenio surgió un movimiento social dentro de la afición motorista. Apoyado una vez más en la tecnología y en la buena vida del sueño americano las carreteras del país se veían plagadas de grupos de motos de alta cilindrada.

Conducción temeraria, velocidades ampliamente por encima del límite de 60 millas por hora, y una actitud desafiante protagonizaban sus concentraciones y quedadas. Éstas, además, eran grabadas en vídeos que acompañados de un poco de rock y distribuidos en CD’s o cintas llegaban a un amplio público.

Sus acciones calaron – para bien o para mal – ante los ojos del americano medio y pronto se convirtió en una moda imparable. Internet, para colmo, llegó para vivír sus mejores tiempos y aunque en una pésima calidad ya nos dejaba acceder a ciertos vídeos que llamaron la atención de miles de jóvenes de todo el mundo.

Con internet llegó la explosión de popularidad y las series de películas amateur como Judgment Day, un buen negocio.

Los caballitos empezaron a llamarse wheelies, las yeguas o invertidos stoppies y a dejar la moto en vertical a 90º lo llamaron un 12 o’clock. Construyeron su propio vocabulario, tal como pasó en el Freestyle Motocross, pero ante los ojos de gran parte de la sociedad no eran más que unos delincuentes con ganas de protagonismo.

Y era cierto, pero muchos obviaron el hecho de que dentro de ese saco de atrevidos con ganas de aumentar su ego había un grupo de gente que no pretendía molestar, que quería competir entre ellos y organizar pruebas siguiendo unas normas.

Abandonando las carreteras y practicando en áreas privadas o cerradas al tráfico los organizadores de eventos vieron en estos pilotos una buena forma de entretenimiento. Y el piloto, una profesión con un salario. Con público aparecieron patrocinadores y hasta las grandes marcas acogieron bajo su atención a los más talentosos.

BMW se fijó en, posiblemente, el mejor rider europeo del momento, Chris Pfeiffer. Un austríaco cuatro veces campeón del mundo con unas notes increíbles para el equilibrio y la sincronización de pies y manos. Su control de prácticamente cualquier moto es digno del Circo del Sol y sus vídeos significan mover el nombre de la fábrica de Baviera por los cinco continentes.

Kawasaki apostó por el estadounidense Jason Britton, KTM por el joven Rok Bagoros, Triumph por Nick “Apex” etcétera…

Al grito de “Stunt riding is not a crime” se viene pidiendo un reconocimiento oficial que aun no ha logrado, no al menos por parte del máximo organismo del motociclismo, la FIM. Las bases ya están creadas, el negocio hace tiempo que está montado pero aun es necesario desarrollar un reglamento a medida que establezca qué está permitido, sistema de puntuación, modificaciones de las máquinas y medidas de seguridad mínimas.

El Stunt riding ya no es un crimen, ha dejado atrás las sirenas de la policía para alcanzar la categoría de deporte extremo. Habrá que disfrutarlo…

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Comentarios

  1. Comentario by Motociclismo callejero, El Príncipe Negro y el verdadero Ghost Rider - marzo 29, 2013 03:36 pm

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